Sus ojos imploraban tu mirada cálida,
sus labios te buscaban para encontrar amor,
pero sólo tu sexo era el que respondía,
frío, como el dolor.
Y se entregaba toda dejándote su vida,
más allá de los ratos locos de la pasión,
cuando, después del fuego, su alma sonreía,
creyendo una ilusión.
Y así, caminó errante a tu lado, cohibida,
entre sollozos quedos, preguntándole a Dios:
"¿Verdad que sí me quiere...?"
Y Dios también lloró.
Se entregó,
tú negaste.
Ella amó,
tú agrediste.
Te suplicó
y reíste.
NUNCA LE DISTE AMOR.
G.M.G.