Autora

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Gloria Mateo Grima





domingo, 28 de abril de 2013

En pedestal de arena




No eres sino nada;

ni tu boca seca

impregna de vaho el espejo

donde te reflejas.



Tu pedestal se reduce

a fina arena

que se la lleva el viento.



Gloria Mateo Grima

Vivir así es morir de amor-Camilo Sexto


sábado, 20 de abril de 2013

Como todos-Nino Bravo


G.M.G.

sábado, 13 de abril de 2013

Programa de radio de Elena Francis





En la cocina, sobre una repisa de madera sujeta a la pared, jalonado por un coqueto volante bordado, estaba el aparato de radio. Mamotreto o reliquia (según se quiera valorar), en estos tiempos, dedicado a las palabras que abrían horizontes más allá de las cuatro paredes arquitectónicas. Ventana de noticias y música: desasosiego, esperanza, zozobra, nostalgia, romanticismo, coplas lastimeras: “el día en que nací yo, qué planeta reinaría", etc... El oído escuchaba y la imaginación pintaba.

La hora más importante,era la del programa de Elena Francis. Quizá porque se hacía el silencio y mi abuela vaciaba el suyo interior, autohipnotizándose, llenándolo de historias de otras vidas, consiguiendo romper la cadena pesada de la realidad de la suya. 

Solas, mi abuela y yo expectantes...

De vez en cuando, la miraba de reojo. Me sobrecogía su éxtasis: centrada y absorta en los problemas que otras mujeres le contaban a la “letrada” Sra. Francis: altar sagrado para sagradas palabras, confesionario de corazones torturados por el desconcierto y, sobre todo, por la ignorancia y el hambre de un poco de serenidad, de un mandamiento divino, de normas y reglas indicadoras de instrucciones para salir de las telas de araña que el destino había tejido en ellos. 
Con tono dulce, maduro pero firme e, incluso incisivo, ahuyentaba los malos espíritus que arañaban las soledades de muchas mujeres al menos durante los minutos que duraba su programa. Les enseñaba a zurcir su tela emocional, rota y maltrecha; era la maestra que les enhebraba la aguja con el hilo. El dedal, por supuesto, lo tendrían que poner ellas. 

El tiempo inmisericorde, de vez en cuando, solo de muy de vez en cuando (únicamente para despistar), despejaría si la enseñanza, seguida al pie de letra por alguna alumna, había dado su fruto. Si no era así, la reprimenda por parte de la profesora era notoria: no había seguido sus pautas correctamente.
Curiosamente, apenas pedían consejo los hombres.

Sé que mi abuela le llegó a escribir; lo sé. Y doy fe de que no necesitaba a nadie que dirigiera sus labores, pero quizá le pudo pellizcar el alma algún agujero más grande de lo normal y no supo no cómo zurcir, sino como poner un apaño en un boquete demasiado grande.

Ninguna de las dos, ni ella ni yo ( entonces bastante niña), dudábamos de que existía esa señora tan milagrosa, capaz de mostrar las vías de las que no había que salirse porque se corría el riesgo de un descarrilamiento.
A veces, afuera de la casa, el sonido de un tren ensordecía por unos momentos aquel verbo imperativo: fastidio en la cara de mi abuela, casi contento y alivio en la mía: me dolía escuchar tanto dolor. Al mundo yo me lo imaginaba más agradable.

Con los años, supe que todo era ficticio y la tal señora era el espectro de alguien inexistente, un fantasma en forma de voz femenina que ni se apellidaba Francis ni se llamaba Elena y, a la que, sombras entre bambalinas, le urdían los guiones sibilinos.



¡Ay, yaya, yaya! Qué pena que no llegaras a enterarte. Con la rectitud que te caracterizaba y sabiendo que odiabas la falsedad, seguro que hubieras cogido la radio y la hubieras aventado por el puente al río Jalón.



G.M.G.




viernes, 5 de abril de 2013

Las mejores rancheras de Rócío Durcal


Piel romántica- José Vélez


Bailemos un vals- José Vélez


Chiquitita-Abba



La Lupe- Teatro