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Derechos reservados.
Muchas gracias.
Gloria Mateo Grima





miércoles, 31 de diciembre de 2014

EMILIO JOSE - AMOR SE ESCRIBE CON LLANTO


G.M.G.

sábado, 27 de diciembre de 2014

La guardia el mundo tras el cristal



G.M.G.

domingo, 14 de diciembre de 2014

RAPHAEL 50 GRANDES EXITOS the best of the best - - MIX




Gloria Mateo Grima

Dúo Dinámico 'Concierto 50 Aniversario', Zaragoza (España) HD -1-



Gloria Mateo Grima

Dúo Dinámico cantan LA PLAGA del 'Concierto 50 Aniversario', Zaragoza (E...



Gloria Mateo Grima

Que la magia aparezca siempre que la queráis crear.








Aunque no soy amiga de convencionalismos, ni de parafernalias en rebaño, sé que a todos nos gusta disfrutar de momentos agradables, solos o en compañía de los que queremos de verdad, sin dobleces. Os deseo, pues, que la magia, además de en la navidad, aparezca siempre que la queráis   crear.  No importa cuándo ni cómo.  Cerrad los ojos e intentadlo. Nunca tendréis ausencias ni carencias.
¡Seguro que lo conseguís! 


Un abrazo de 


Gloria Mateo Grima


miércoles, 10 de diciembre de 2014

Investigación sobre el Tipo de apego recibido en la infancia e incidencia de los roles de género relacionados con la violencia a la pareja Gloria Mateo Grima. (Otro informe vital)



Aquí dejo expuesto otro de los casos de Violencia de Género, recogidos en la investigación que llevé a cabo en el Centro Penitenciario de Zuera (Zaragoza).

¡Ojalá se tomen medidas efectivas en todos los ámbitos!
La educación que reciben nuestros hijos e hijas en el seno de la familia (microcontexto) es muy importante. No lo olvidemos.
Los que quieran y tengan tiempo de leer la investigación entera pueden entrar en www.zaragoza-ciudad.com/gloriamateo


Muchas gracias.





¡No consigo explicarme por qué la maté!

Con esta exclamación se dirigió a mí este interno, también condenado por un delito de Violencia de Género.
Con expresión de tristeza en el rostro y muchas ganas de participar en la investigación en el momento en el que se lo propuse, me dijo, incluso, que no le importaría que figurara en ella su nombre y apellidos, ya que en su día todo lo acaecido se divulgó en la prensa.
Le hice saber que el estudio era totalmente anónimo y le agradecí, no obstante, su ofrecimiento.

-Éramos ocho hermanos y creo que mi madre por lo menos tuvo cuatro abortos. Se dedicaba a tener hijos como las conejas…
¡He pasado mucha hambre, mucha! Llevo hasta un tiro de una bala perdida que me llegó cuando estaba en brazos de mi madre, durante la guerra civil. Me dijo que trató de cobijarme para que no me dañara nada, pero no pudo evitarlo. Me quiso mucho y me lo demostraba cuando podía, que no era siempre. Pero yo la quería más, mucho más, infinitamente más que ella a mí...

-Recuerdo que yo le tenía mucho miedo a mi padre. No era respeto, sino miedo, verdadero miedo. Simplemente, el ser el más pequeño de los hermanos hacía que me llevaba todas las palizas por lo que pudieran haber hecho los otros. Enseguida me acusaban a mí de la fechoría, aunque no hubiera sido el culpable. Recibí palos con la vara y con la hebilla de la correa de mi padre. Eso sí, siempre me pegaba dentro de la casa. No quería que se enterara nadie.

-¿Qué quiere que le diga? Pues sí, quizá fui el niño más consentido de todos mis hermanos, por un lado, pero al que más han castigado, por otro. Mi madre no era capaz de evitar el que yo recibiera el castigo. Siempre sumisa a lo que decía mi padre... 

-Pero es que era otra época. Ahora la mujer ya no es así, ya no obedece al marido. Ya ve mi caso…

-Vivíamos de lo que podíamos y hubo más de un día en el que no entró ningún alimento a mi boca. ¡Fueron muy malos tiempos!
Creo que mi padre se ocupaba de nosotros, pero a su manera.
Sinceramente, de mí se acordaba poco, sólo para darme palos…

-Apenas lo vi discutir con mi madre, pero también es verdad que ambos trabajaban en lo que podían y casi no se veían, salvo para el sexo, claro. Si salía curro en la agricultura, pues la agricultura, si lo que se presentaba era trabajar en otra cosa, pues otra cosa. 
No paraban… No podían, si querían que hubiera algo de comer.

-Yo buscaba desesperadamente el cariño de ellos dos y me aferraba a las faldas de mi madre o a los pantalones de mi padre pidiendo una caricia. Necesitaba que me prestaran atención, que se dieran cuenta de que existía. Necesitaba besos. De vez en cuando me los daba mi madre.  Mi padre muy pocas veces.

-Aún tengo en la memoria muy grabada una imagen: me veo a mí mismo suplicando cariño, como un perrillo. No me importaba si me tenía que rebajar. Hacía lo que fuera necesario para que me quisieran. ¿Por qué me pasaría…?
-Crecí muy delgado, como decimos aquí, casi “escuchimizado”. ¡Claro, no comía! Y lo poco que había se repartía. A veces, iba a pedir limosna a las gentes del pueblo que sabía que tenían una situación económica mejor que la nuestra. Por lo general me daban pan y me atrevía a pellizcarlo y a meterme un pedazo a la boca. Solo un pedazo. Cuando llegaba a casa, mis hermanos mayores me lo arrebataban de las manos. Era yo el que pedía, pero no porque me lo mandaran, sino por hambre y por deseos de que se valorara. A veces, me quedaba sin nada. Todo se lo habían comido los demás.

-No guardo buen recuerdo de mi niñez, sinceramente, fue muy mala y con muchas carencias de todo. Yo trataba de “dejarme ver” un poco al ser el pequeño, pero ni siquiera así…

-Pronto comencé a trabajar. Tuve la suerte, después de estar unos dos años en una empresa, de pasar a otra en la que gané bastante dinero. Eso sí, “echaba” muchas horas”. Salía por la mañana y regresaba a las 10 de la noche. Me tenía que llevar la comida. En ese tiempo conocí a la que fue mi mujer. Fuimos novios durante varios años. Como se estilaba entonces. Nada de irse a vivir juntos. Nada de tener relaciones sexuales. Unos besos de vez en cuando y a guardar el respeto de llegar a casa cuando nos decían.

-Por aquel entonces ella ya tenía un carácter muy raro, pero no le di importancia. La quería mucho y nos casamos. Quizá ahora me cuestiono si realmente era amor lo que sentía o si seguía con ella porque me daba una brizna de cariño. Ha sido la única mujer en mi vida y me equivoqué.

-Mire, no puedo quejarme de cómo fue mi esposa. Cocinaba bien, fue buena madre, pero nunca pude tener una conversación con ella como la estoy teniendo ahora con usted. Sin embargo, cuando llegaban a casa sus familiares y, sobre todo, si yo no estaba delante, era cuando se desahogaba. Conmigo nunca tuvo esa confianza.

-Siempre odió a mi familia. Por el contrario yo tenía que hacer en muchas ocasiones de chófer para la suya. Si no lo hacía, no me hablaba durante mucho tiempo y luego explotaba sin permitir que diera mi opinión. ¡Me lo ha hecho pasar muy mal, pero que muy mal! 

-Mi mujer padecía de los nervios, tenía depresiones. El médico decía que aquello le venía de familia. No sé…

-¡No la vi llorar nunca! A veces, sí que estaba algo triste, sí, pero lo más común eran sus explosiones de cólera, cuando algo no se hacía como quería y yo discrepaba en sus argumentos. Tomaba unas pastillas que le recetó su médico y cuando se notaba peor aumentaba la dosis sin consultárselo. Iba a su aire…

-Me he pasado la vida aguantando y soportando sus ataques de ira.

-¡Hasta para tener relaciones sexuales con ella me las veía y me las deseaba! Siempre suplicándole porque nunca tenía un poco de tiempo para nuestra intimidad, Decía que no se encontraba bien o que estaba muy cansada.

-Desde que me jubilé y buscando que mi mujer se encontrara en las menores ocasiones posibles nerviosa o agotada, yo hacía toda la limpieza de la casa e, incluso, iba comprar, pero la comida sí que la preparaba ella. El desayuno no, que me encargaba yo e, incluso, cuando la veía más alterada, se lo llevaba a la cama, aunque nunca estaba contenta por mis detalles. Siempre despotricaba por todo.

-No he tenido amigos, bueno…no hemos tenido. Mi esposa no quería que yo hablara con nadie ni que saliera por ahí.  Ha sido una mujer muy posesiva, demasiado, y yo callaba y callaba... Así siempre… aguantando y conteniéndome. Si en algún momento, por casualidad, alguno de los vecinos me invitaba a tomar un café, cuando apenas había pasado un rato con él, me llamaba desde el balcón para que subiera, porque decía que la dejaba sola.

-Aquella tarde habíamos salido a dar un paseo. En cierto modo lo propuse yo porque la vi demasiado intranquila. Ya se había tomado dos pastillas por la mañana y otras dos al mediodía, cuando realmente su dosis era una por la mañana y otra por la noche. Todo el paseo fue un infierno. Comenzó a meterse con mi familia, como lo hacía siempre. Yo apretaba los puños y callaba. Me estaba arrepintiendo de haberle propuesto el dichoso paseo. 
Cuando llegamos a casa, amablemente, pero ya muy soliviantado, le dije que se acostara y así lo hizo. Le llevé a la habitación un vaso de leche con miel y otras dos pastillas que le propuse tomar y que accedió a tomárselas porque me dijo que se sentía muy nerviosa.

-¿Llevaba intención de hacer algo para matarla? Creo que no. Sé que me sentía al borde del precipicio y que ya no podía aguantar más. No recuerdo muy bien qué es lo que pasó por mi cabeza.
¡Nunca he matado ni a una mosca! No sé qué me ocurrió. Sinceramente no lo recuerdo. Bajé a por un cuchillo que llevaba en el coche para imprevistos en mis salidas al campo, y volví a subir al piso. Entré en la habitación silenciosamente… ¡Sucedió!
Después… me desesperé y traté de serenarme. ¡Hasta me puse a ver la tele un rato…! Luego, llamé a la policía…Cuando llegaron los estaba esperando y les conté lo que había ocurrido. Uno de los agentes, mirándome atónito, me dijo que no se creía lo que le estaba contando. Pero así fue. No le mentí. ¡Jamás he mentido!

-¡Me he arrepentido muchas veces, muchas!, porque la he querido con locura. Ha sido la única mujer que ha existido en mi vida después de mi madre. Y como ya le he dicho, quizá me centré en ella y no vi, antes de casarme, que había más mujeres a mi alrededor. Simplemente buscaba cariño y parecía que ella, al menos al principio, me lo daba.

-Mi esposa, no es porque lo diga yo, sino que toda la gente lo ha visto, ha vivido como una reina. La he colmado de regalos. Era la administradora de lo que yo ganaba y sólo me daba una asignación para mis pocos gastos, dinero que, incluso, ahorraba para comprarle cosas a ella. Tenía el control sobre todo. Tengo que decir en su favor que nunca fue una mujer gastadora y que para que se comprara un vestido, a veces tenía que proponérselo yo, porque le dolía el gastar.

-Pero sí… creo que aquel día ya no pude más. Quizá fue la gota que agotó mi paciencia y me salió la rabia que tanto tiempo había contenido.

-Siempre he vivido ninguneado, siempre he sido el último en todo, el menos apreciado, el que apenas se notaba que existía, el arguellado… 


Con semblante de tristeza, como ya he referido antes, al entrar en el despacho, lo primero que me preguntó, mirando a su alrededor, fue que si notaba que todo estaba limpio. Al decirle que sí, me dijo que él se encargaba de hacer la limpieza todos los días y que se sentía bien cuando la gente reconocía que se había esmerado en hacerla.
Era evidente que en su infancia tuvo que hacer muchos esfuerzos para que se percataran de su existencia y, como bien expresó él mismo, demandó cariño a todas horas, tanto a su padre como a su madre, no siendo siempre atendido. Esas ansias de ser querido han sido una constante en su vida.
No habló apenas del amor de su mujer hacia él. Comentó que cuando ésta se quedaba embarazada le armaba muchos escándalos, porque no quería hijos, aunque luego los aceptara.
Simplemente aludió a que se casó queriéndola, pero que ya de novios ella tenía el carácter iracundo. No obstante cuando más se le agrió fue cuando les nació el primer hijo y pocos años más tarde murió por una infección intestinal. A partir de entonces, su convivencia se hizo insostenible.
Hizo mucho hincapié en lo referente a la sexualidad, a lo que él denominaba “expresión de amor” en la pareja. Dijo que ella nunca estaba receptiva y, por el contrario, sí muy esquiva y sin deseos.

Cuando le pregunté que si no le pasó por la cabeza el separarse, me dijo que no, que era su mujer y se había casado con ella para siempre, hasta que la muerte los separara.
Y la muerte los separó.

Relató que el diálogo por parte de ambos no existía y que sus conversaciones eran totalmente triviales, salvo cuando ella se metía con su familia. A pesar de todo, en aquellos casos él jamás le contestaba con exabruptos, sino que trataba de ser conciliador y hacerle ver las cosas. No obstante, reconoció que ya últimamente no podía soportarla de ninguna manera. 

Añadió que sus hijos no se habían puesto de su lado, desde lo que ocurrió. Así que en el cómputo de toda su vida, de lo único que estaba orgulloso era de cómo desempeñó siempre su trabajo en la misma empresa durante muchos años. Hizo hincapié en las veces que lo llamaban de madrugada porque se había estropeado una máquina que sólo él sabía arreglar y no tenía ninguna pereza en presentarse fuera la hora que fuera.
También me dijo que cuando cobraba el peculio, ahora en la prisión, gran parte de su dinero lo invertía en pagarles un café a muchos de los reclusos del módulo. Añadió que el día que por lo que fuere se quedaba sin dinero enseguida todos aquellos que en un principio estaban como “moscones” y fingiendo que eran amigos lo insultaban si no los invitaba.

Durante toda su exposición buscó continuamente la aprobación por mi parte de las palabras que pronunciaba, como poniendo en duda que yo les pudiera dar credibilidad. Su inseguridad, a pesar de su edad (más de 70), seguía siendo manifiesta.
Dejó muy claro el que a estas alturas de su vida no iba a cambiar y admitió que en la relación que mantuvo con su esposa hubo siempre una dualidad entre el amor y el odio porque no era correspondido en la misma medida.

Aunque no sufrió un abandono por parte de ella físicamente, si que se sintió solo afectivamente y no correspondido. Sin embargo, el cariño que demandó durante toda su vida con ansiedad e, incluso, humillándose, nunca lo logró, consiguiendo, paradójicamente, lo contrario.

Obsesionado todavía en conseguir afectos, confesó que al entrar en la cárcel, después de los hechos, había iniciado una nueva relación y se sentía ilusionado porque era correspondido.

Como se puede deducir toda su vida anduvo desesperado buscando un pellizco de cariño. Quería que se dieran cuenta de su existencia. 
Fue y sigue siendo un hombre con muy baja autoestima y siempre se ha sentido no querido como él hubiera deseado.

Probablemente, a partir de ahora, si no pide ayuda psicológica, seguirá en la misma dinámica con la nueva relación.

El sentimiento de inferioridad, la dependencia y baja autoestima que fue incubando a lo largo de su vida, junto con la rabia contenida y una indignación en aumento, despertaron en él al monstruo maltratador que buscó venganza. Iba acumulando la pólvora y en un momento determinado se encendió la mecha.

Me repitió muchas veces que nunca quiso acabar con la vida de su esposa. Pero también expresó que se sintió liberado de algo que siempre lo había encarcelado. 

Manifestó que antes tenía mucha más prisión que la que estaba viviendo ahora.

El Apego que recibió en la infancia fue el ambivalente. Su madre lo atendía, pero en pocas ocasiones. Al menos él las consideraba insuficientes. Aseguró muy marcadamente y mordiendo las palabras, que él la quería más y por eso buscaba constantemente su cariño, incluso pidiendo limosna para que ella no se preocupara si no llegaba con lo que tenían. A cambio, él se hacía más merecedor de su atención.

En su matrimonio no hubo ningún proyectil del que su progenitora lo guareciera sin éxito como antaño, a pesar de los esfuerzos, pero sí que se sintió herido y acribillado por la indiferencia de su esposa y de ésta nadie lo protegió. 




Gloria Mateo Grima

martes, 2 de diciembre de 2014

La canción mas hermosa de la música clásica - Albinoni - Adagio in G Minor



Gloria Mateo Grima

el sonido del silencio instrumental.



Gloria Mateo Grima

sábado, 29 de noviembre de 2014

Hoy, tan grande, Manuela, como antaño.





Y me cogió la mano en su agonía,
apretándome fuerte,
en el último aliento de la vida,
cuando ya sus minutos no existían,
cerca de convertirse en dispersa energía,
y me dijo:
no aguantes otra más,
que no te haga sufrir ni un solo día;
que tus ojos no lloren, que no te vea hundida.
Tú no te has merecido sus engaños
ni que se refugiara en otros labios
contándoles que tú no lo querías.
Sé bien firme,
que el que quiere, te mima si le mimas .

Esa mujer de la que tanto hablo,
al cabo de los años,
sigue estando presente en mi memoria hoy,
tan grande, Manuela, 
mi abuela,
y tan viva como antaño.


Ahí te dejo tus rosas,
son mi humilde regalo.


Gloria Mateo Grima







viernes, 28 de noviembre de 2014

El Condor Pasa Flauta de Pan Instrumental Relax Music



Gloria Mateo Grima

Extraño suceso (Relato vivido en primera persona)



Ese mediodía de finales de Julio, el calor se dejaba notar sin clemencia, pero a mí no me afectaba: nunca me ha dolido el calor. Acababa de salir del trabajo y opté por caminar hacia mi domicilio sin utilizar el autobús urbano, a pesar de mis altos tacones y del bolso colgado al hombro . Conocía bien el trayecto: la mitad de él bastante transitado, no así la segunda parte.

Al llegar a la altura del cruce con la primera calle, un chico de menos de 20 años (deduzco, no lo sé con certeza), se posicionó a mi lado, esperando que el semáforo nos diera vía libre. Vestido con una camiseta blanca y unas bermudas de color fucsia, sin nada en las manos, su aspecto era el del frescor limpio de un adolescente. No hubo nada de él que me llamara la atención ni que me sobresaltara. Simplemente, un viandante más.

La avenida era más bien cuesta abajo. Yo, por supuesto, iba a buen ritmo, pero como no soy alta, mis pasos eran cortos; el sonido de mis tacones se amortiguaba con el de los coches. 
Iba acompañada por pensamientos, que ese día en especial, por motivos familiares, confluían en una especie de preocupación: las próximas vacaciones no iban a ser realmente agradables.

Al llegar a la intersección con la siguiente calle, volví a coincidir con el chico. Me extrañó: él caminaba con pasos más amplios que los míos y,  por ende, hubiera tenido que llevarme ventaja e ir, al menos, otro cruce más adelantado al mío.

Observé que me miró, pero su mirada no me transmitió ninguna intención maliciosa, aunque sí el que redujera el ritmo para seguir más o menos mi misma altura. En ese momento fue cuando comencé a analizar su comportamiento: me resultaba raro. 

-¿Por qué quería ir a mi paso y no al suyo?

Lo pensé, pero no me preocupé. No lo conocía de nada, Nunca lo había visto.

Soy persona que raras veces siente miedo; respeto, sí, pero miedo a situaciones extrañas o de riesgo, no.  (Es una emoción que se me aposenta en otras áreas más relacionadas con los afectos). Así que, a pesar de percatarme de esa anomalía de su compás casi al mismo son que el mío, seguí sin darle importancia. Entendía que si hubiera estado interesado en quitarme el bolso, lo hubiera podido hacer con gran facilidad y escapar a toda velocidad. No lo hubiera podido alcanzar, ni siquiera corriendo descalza.

Mi recorrido consistía en un ángulo más o menos recto: al llegar a otra avenida, yo tenía que doblar la esquina para completarlo en otra dirección. Proseguí. Llegué a la intersección con la calle que definitivamente me conduciría a casa y esperé a que el semáforo me diera libertad para cruzar. Me olvidé del muchacho totalmente. Pero en la breve espera, algo ocurrió dentro de mí: me sentí observada (éste es un fenómeno que había estudiado en Psicología). Volví la cabeza y, ¡oh sorpresa!: ahí estaba él, dentro de una cabina telefónica; por supuesto, sin hacer amago de llevar a cabo ninguna llamada, tratando, supongo, de averiguar qué dirección cogía yo. No me lo quedé mirando, simplemente lo vi. 

Pero, a partir de ese momento sí que me di cuenta realmente de que me  estaba siguiendo. No sabía el porqué. No obstante, la idea de continuar el siguiente tramo caminando la cambié. 

Me dije a mí misma:
-Amigo, vamos a ver qué es lo que quieres. Te voy a echar un pulso. Había gente alrededor: nada que temer.

Crucé de nuevo, pero esta vez en la misma dirección que llevaba anteriormente, en lugar de la que hubiera sido procedente. Era evidente que me estaba alejando de mi domicilio al desviarme del recorrido habitual.
Miré por el rabillo del ojo y pude ver cómo él salió de la cabina y continuó detrás de mí. No le importó el que me percatara de su acción.


Urdí inmediatamente una estrategia: subir a un autobús en la primera parada que encontrara y que me acercara hacia el centro de la ciudad. Allí ya me encargaría de coger alguno que me condujera de nuevo hacia mi domicilio. No se me ocurrió pensar en lo que podría suceder.

Así lo hice. No me senté, a pesar de que había asientos vacíos. Me dediqué a ver qué demonios iba a hacer el chico. Con sorpresa, como si estuviera viviendo una escena de una película, comprobé cómo comenzó a correr como un desesperado detrás del autobús. Al llegar a cada nueva parada en la que nos deteníamos, él descansaba un poco y volvía a iniciar la carrera. Así una y otra vez, al menos durante quince minutos: yo en el bus y él corriendo detrás. Era evidente que no llevaba dinero para un billete.
El sudor empapaba su frente y mi curiosidad iba en aumento. Por unos momentos pensé que era algo surrealista lo que me estaba pasando y que no podía ser verdad.

Elaboré otro plan: si yo llegaba al centro de la ciudad y él se hubiera cansado ya de su maratón, podría coger un autobús de vuelta. Pero no sabía si eso ocurriría así. Mientras tanto, mi asombro iba en aumento. No entendía nada. 

En una parada, antes de que yo pudiera hacer transbordo, al arrancar de nuevo mi bus sin que me bajara, él apretó los puños, los sacudió con fuerza y furia en el aire y hacia el suelo. Su rabia era evidente. Dio media vuelta y comenzó a volver sobre sus pasos, lentamente, como muy cansado.

Aproveché. Hice el cambio de bus. Tuve la precaución de sentarme en los asientos situados más lejos de la acera por la que estaba haciendo el recorrido inverso al llevado a cabo anteriormente. 

Llegué a casa tarde. Se lo conté a mi hijo. Le dije que no se lo comentara a su padre. 
Yo sabía lo que tenía que hacer: hablaría con la policía narrándoles los hechos. Así lo hice y me aconsejaron que al menos durante dos semanas no fuera a pie a casa, sino en el autobús.

Pero mi hijo, desoyendo mis palabras, se lo contó a su padre, quizá temiendo que pudiera ocurrirme algo. Al día siguiente me vinieron a buscar los dos, en el coche, a la puerta del trabajo con la esperanza de que lo volviera a ver.
Me dijeron que caminara y mientras ellos me seguirían con el coche lentamente.

-No me ha hecho nada -les advertí. Solo me ha seguido. Además, tampoco sé si lo reconocería, -dije para que quitaran importancia al asunto.

Ese día no lo vimos.

Al siguiente, se presentó de nuevo mi marido a buscarme . Esta vez solo. Subí al coche. Al poco rato, apareció ante mi vista, con sorpresa, el mismo muchacho, con la misma camiseta y las mismas bermudas. Iba andando tranquilamente por la avenida.

Mi marido, dando un volantazo brusco,  dobló una esquina y se bajó del coche. Consiguió seguirlo a pie y saber en qué casa entraba.
En ese momento sí que sentí miedo. No quería que hubiera ninguna pelea y desconocía qué iba a ocurrir. Nunca me ha gustado que nadie se tome la justicia por su mano y las consecuencias que ello puede generar.
Mi situación familiar no era agradable, como ya he explicado anteriormente. 

Cuando mi marido volvió al coche me dio simplemente la dirección de dónde había entrado el chaval. Luego, en casa, se la comunicó también a nuestro hijo. Lo hizo -le dijo-. por si ocurría algo, ya que él, esa noche, comenzaba unas largas vacaciones sin nosotros.

Así acabó la historia. No volví a ver a mi perseguidor, a pesar de que desde mi trabajo a su casa no había demasiada distancia.

Sinceramente, nunca sé qué motivos llevaron a ese chico a seguirme.


Lo narro, tal cual ocurrió. Que cada cual saque sus propias conclusiones.

En alguna ocasión, en el centro penitenciario en el que he trabajado, lo he comentado con los internos. Una sonrisa aparecía en sus caras. Yo, sin embargo, no tengo tan claro que respondiera a la realidad.


Gloria Mateo Grima








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Gracias, de verdad.

Gloria



















jueves, 20 de noviembre de 2014

Investigación sobre el Tipo de apego recibido en la infancia e incidencia de los roles de género relacionados con la violencia a la pareja Gloria Mateo Grima -






Lo que a continuación expongo es solamente uno de los ejemplos de los casos de internos condenados por Violencia de Género. Hay diferentes vivencias. 
La investigación completa, registrada en la Propiedad intelectual, a la que alude el título, la podéis encontrar completa en www.zaragoza-ciudad.com/gloriamateo   Por supuesto, no hay nombres que identifiquen a nadie.



-Cuando era niño e iba al colegio, a mis compañeros recogían sus padres a la salida y les llevaban un bocadillo para merendar. Sin embargo, nunca venía nadie a buscarme a mí y tenía que regresar solo a casa. A veces, y sin saber por qué, me embargaba un sentimiento de tristeza que me quitaba de encima rápidamente pegando una patada en el suelo. ¡Después de todo, yo era mucho más independiente! ¡No necesitaba a nadie y me sabía defender por mí mismo! ¡Los otros iban a ser siempre unos niños protegidos!
¡Me sentía mucho más valiente que todos ellos!

(Mordió las frases finales y los músculos de su cara se
endurecieron).

-Mi madre falleció cuando yo era muy niño y apenas la recuerdo. Ni siquiera su voz. Siempre estaba enferma y casi no nos atendía.
Apenas salía de su habitación y no podíamos molestarla. Comentan que si tal vez se quitó la vida… Da igual. No lo supe ni lo he querido saber. No me interesa.
Nuestro padre nunca nos dio una muestra de cariño ni a mis
hermanos ni a mí. Éramos varios, chicos y chicas. Pasaba
totalmente de nosotros. Él, a raíz del fallecimiento de mi madre…o quizá antes…no lo sé…comenzó a beber y sólo lo recuerdo borracho. Eso sí, era muy trabajador: del trabajo a casa y de casa al bar. Mi hermana mayor se ocupaba de todo lo concerniente a las tareas domésticas ¡Supongo que no le quedó otro remedio!
A veces, cuando me encontraba jugando en la calle y mi padre aparecía de improviso, se acercaba de malas maneras a pegarme.
No tenía ningún motivo. Yo no había hecho nada. Simplemente lo hacía por lo primero que se le ocurría aquel día. No importaba que no tuviera razón. Pero siempre pasaba cuando iba bebido. Y es que… bueno…lo he visto tan pocas veces en un estado normal, incluso antes de que falleciera mi madre, que si no hubiera sido así lo hubiera considerado como algo muy raro y no propio de él.
Un día, delante de todo el mundo, me dijo: ¡cuando vuelva a casa ya me las arreglaré contigo! ¡Burro, que eres un burro y no vales ni valdrás nunca para nada! A la vez que gritaba diciéndomelo, me pegaba patadas, cogiéndome por las orejas y tirando de ellas hasta enrojecérmelas.
Mis amigos y los vecinos que estaban en esos momentos delante me miraban como con lástima. Yo me sentía muy mal. Ocurrió varias veces, no solo una. 
Pero claro, tal vez él se comportaba así porque estaría amargado por la muerte de mi madre y la carga de los hijos que le quedó…

-¿Te dedicó tu padre en algún momento que recuerdes una sonrisa,
alguna muestra de ternura, aunque fuera cuando él estaba bebido?

-¡Nunca, nunca ocurrió!, contestó. Además… a mi casa no vino nadie de fuera. No teníamos visitas. Mi padre no tenía amigos y si él estaba, la mayoría de las veces se tumbaba a dormir la mona.
¡En aquella casa, que yo recuerde, entró muy poca gente!
Hablaba con signos de rabia muy evidentes en el rostro que se preocupa en contener, tratando de expresarse con un tono normalizado y correcto y sin perder la compostura.

En el relato de su historia se puede observar cómo este interno durante su infancia no solamente tuvo carencias afectivas, tanto por la enfermedad de su madre, de la que apenas guardaba ningún tipo de recuerdo, como por los malos tratos recibidos por parte de su padre, la mayoría de las veces teniendo espectadores ajenos al núcleo familiar.

Desde el fallecimiento de su progenitora, la figura paterna estuvo sin estar. Aunque físicamente figuraba, apenas dirigió la palabra a sus hijos. Era una como un espectro distante que daba a entender
un “no existís para mí”.
Sin embargo, lo que más parece que se le grabó en su memoria y lo ha acompañado durante toda su vida ha sido la frase que le dirigió su padre delante de todo el mundo, cuando él estaba jugando en la calle:

-¡Eres un burro y nunca servirás para nada!

Llevaba “marcadas a fuego” la humillación, la vergüenza y el
pronóstico de que no haría nada en la vida digno de valía. Así creció, sintiéndose muy poca cosa, que trató siempre de disimular con una prepotencia desmedida en sus relaciones con los demás.

Me confesó que jamás había comentado con nadie del tema
porque, decía, que a quién se lo iba a decir y para qué.

Posiblemente no le entenderían o pensarían que hablaba así de su padre porque era un mal hijo. Añadió que la gente siempre ha pensado que a los padres hay que quererlos y respetarlos por obligación hagan lo que hagan con los hijos. Ni siquiera se lo comentó a su pareja. Se negó siempre a hacerla partícipe de lo relativo a su vida interior.

Pero, a pesar de que no quería recordar su niñez tan desagradable, hoy, desde su postura de adulto, sigue comprendiendo y justificando la actitud de su padre:

-Ha llevado una vida muy dura. En cierto modo lo comprendo. Mi madre le hizo una faena muriéndose. Un hombre que se queda solo, al fallecer su mujer , se tiene que hacer cargo de los hijos para sacarlos adelante. Tiene que ser muy difícil.

En este caso, el interno no reconoció nunca su responsabilidad en la violencia hacia su pareja y además la justificó, desplazando y proyectando la culpa hacia ella:

-¡Se merecía que la tratara mal! ¡Era una hija de la gran puta y se juntó conmigo sólo por interés! ¡Nunca consentiré que me manipulen y menos ninguna mujer! ¡Ya me he encargado de hacerle saber que cuando salga de prisión me las va a pagar!
¡Que no se piense que con esto se acaba todo! ¡Que se vaya preparando…! ¡No me importa que la orden de alejamiento todavía no haya finalizado! ¡Iré a darle su merecido! ¡Ya lo creo que se lo daré! ¡Se lo ha ganado! ¡Me da lo mismo que tenga que entrar de nuevo en la cárcel! ¡Lo haré a gusto! ¡Por lo menos, si eso ocurre,será porque me he vengado!
¡Ahora los jueces siempre meten en chirona al hombre! ¡La justicia es un asco! ¡No cuenta qué nos hacen ellas a nosotros! ¡No, eso no se ve! ¡Nadie dice nada de cómo nos martirizan con sus palabras!

Mientras vertía todas esas exclamaciones con un tono de voz muy elevado, apretaba los puños con rabia.

Luego, suavizando sus facciones, dijo que reconocía que
necesitaba a alguien a su lado, al menos para satisfacer sus deseos delante de sus amistades, ya que todos los amigos tenían una mujer y él no iba a ser menos hombre que ellos.

Como se puede apreciar, esta persona no mostró ningún rastro de arrepentimiento. Sólo ira, acompañada de un deseo exacerbado de venganza. El que pudiera entrar de nuevo en prisión, después de su supuesta venganza, no iba a resultar penoso cuando hubiera conseguido tomarse la justicia por su mano. Así me lo dijo.



Gloria Mateo Grima