Autora

Soy autora de todo lo escrito en este blog.
Ruego, por favor, respeto.
Derechos reservados.
Muchas gracias.
Gloria Mateo Grima





sábado, 29 de noviembre de 2014

Hoy, tan grande, Manuela, como antaño.





Y me cogió la mano en su agonía,
apretándome fuerte,
en el último aliento de la vida,
cuando ya sus minutos no existían,
cerca de convertirse en dispersa energía,
y me dijo:
no aguantes otra más,
que no te haga sufrir ni un solo día;
que tus ojos no lloren, que no te vea hundida.
Tú no te has merecido sus engaños
ni que se refugiara en otros labios
contándoles que tú no lo querías.
Sé bien firme,
que el que quiere, te mima si le mimas .

Esa mujer de la que tanto hablo,
al cabo de los años,
sigue estando presente en mi memoria hoy,
tan grande, Manuela, 
mi abuela,
y tan viva como antaño.


Ahí te dejo tus rosas,
son mi humilde regalo.


Gloria Mateo Grima







viernes, 28 de noviembre de 2014

El Condor Pasa Flauta de Pan Instrumental Relax Music



Gloria Mateo Grima

Extraño suceso (Relato vivido en primera persona)



Ese mediodía de finales de Julio, el calor se dejaba notar sin clemencia, pero a mí no me afectaba: nunca me ha dolido el calor. Acababa de salir del trabajo y opté por caminar hacia mi domicilio sin utilizar el autobús urbano, a pesar de mis altos tacones y del bolso colgado al hombro . Conocía bien el trayecto: la mitad de él bastante transitado, no así la segunda parte.

Al llegar a la altura del cruce con la primera calle, un chico de menos de 20 años (deduzco, no lo sé con certeza), se posicionó a mi lado, esperando que el semáforo nos diera vía libre. Vestido con una camiseta blanca y unas bermudas de color fucsia, sin nada en las manos, su aspecto era el del frescor limpio de un adolescente. No hubo nada de él que me llamara la atención ni que me sobresaltara. Simplemente, un viandante más.

La avenida era más bien cuesta abajo. Yo, por supuesto, iba a buen ritmo, pero como no soy alta, mis pasos eran cortos; el sonido de mis tacones se amortiguaba con el de los coches. 
Iba acompañada por pensamientos, que ese día en especial, por motivos familiares, confluían en una especie de preocupación: las próximas vacaciones no iban a ser realmente agradables.

Al llegar a la intersección con la siguiente calle, volví a coincidir con el chico. Me extrañó: él caminaba con pasos más amplios que los míos y,  por ende, hubiera tenido que llevarme ventaja e ir, al menos, otro cruce más adelantado al mío.

Observé que me miró, pero su mirada no me transmitió ninguna intención maliciosa, aunque sí el que redujera el ritmo para seguir más o menos mi misma altura. En ese momento fue cuando comencé a analizar su comportamiento: me resultaba raro. 

-¿Por qué quería ir a mi paso y no al suyo?

Lo pensé, pero no me preocupé. No lo conocía de nada, Nunca lo había visto.

Soy persona que raras veces siente miedo; respeto, sí, pero miedo a situaciones extrañas o de riesgo, no.  (Es una emoción que se me aposenta en otras áreas más relacionadas con los afectos). Así que, a pesar de percatarme de esa anomalía de su compás casi al mismo son que el mío, seguí sin darle importancia. Entendía que si hubiera estado interesado en quitarme el bolso, lo hubiera podido hacer con gran facilidad y escapar a toda velocidad. No lo hubiera podido alcanzar, ni siquiera corriendo descalza.

Mi recorrido consistía en un ángulo más o menos recto: al llegar a otra avenida, yo tenía que doblar la esquina para completarlo en otra dirección. Proseguí. Llegué a la intersección con la calle que definitivamente me conduciría a casa y esperé a que el semáforo me diera libertad para cruzar. Me olvidé del muchacho totalmente. Pero en la breve espera, algo ocurrió dentro de mí: me sentí observada (éste es un fenómeno que había estudiado en Psicología). Volví la cabeza y, ¡oh sorpresa!: ahí estaba él, dentro de una cabina telefónica; por supuesto, sin hacer amago de llevar a cabo ninguna llamada, tratando, supongo, de averiguar qué dirección cogía yo. No me lo quedé mirando, simplemente lo vi. 

Pero, a partir de ese momento sí que me di cuenta realmente de que me  estaba siguiendo. No sabía el porqué. No obstante, la idea de continuar el siguiente tramo caminando la cambié. 

Me dije a mí misma:
-Amigo, vamos a ver qué es lo que quieres. Te voy a echar un pulso. Había gente alrededor: nada que temer.

Crucé de nuevo, pero esta vez en la misma dirección que llevaba anteriormente, en lugar de la que hubiera sido procedente. Era evidente que me estaba alejando de mi domicilio al desviarme del recorrido habitual.
Miré por el rabillo del ojo y pude ver cómo él salió de la cabina y continuó detrás de mí. No le importó el que me percatara de su acción.


Urdí inmediatamente una estrategia: subir a un autobús en la primera parada que encontrara y que me acercara hacia el centro de la ciudad. Allí ya me encargaría de coger alguno que me condujera de nuevo hacia mi domicilio. No se me ocurrió pensar en lo que podría suceder.

Así lo hice. No me senté, a pesar de que había asientos vacíos. Me dediqué a ver qué demonios iba a hacer el chico. Con sorpresa, como si estuviera viviendo una escena de una película, comprobé cómo comenzó a correr como un desesperado detrás del autobús. Al llegar a cada nueva parada en la que nos deteníamos, él descansaba un poco y volvía a iniciar la carrera. Así una y otra vez, al menos durante quince minutos: yo en el bus y él corriendo detrás. Era evidente que no llevaba dinero para un billete.
El sudor empapaba su frente y mi curiosidad iba en aumento. Por unos momentos pensé que era algo surrealista lo que me estaba pasando y que no podía ser verdad.

Elaboré otro plan: si yo llegaba al centro de la ciudad y él se hubiera cansado ya de su maratón, podría coger un autobús de vuelta. Pero no sabía si eso ocurriría así. Mientras tanto, mi asombro iba en aumento. No entendía nada. 

En una parada, antes de que yo pudiera hacer transbordo, al arrancar de nuevo mi bus sin que me bajara, él apretó los puños, los sacudió con fuerza y furia en el aire y hacia el suelo. Su rabia era evidente. Dio media vuelta y comenzó a volver sobre sus pasos, lentamente, como muy cansado.

Aproveché. Hice el cambio de bus. Tuve la precaución de sentarme en los asientos situados más lejos de la acera por la que estaba haciendo el recorrido inverso al llevado a cabo anteriormente. 

Llegué a casa tarde. Se lo conté a mi hijo. Le dije que no se lo comentara a su padre. 
Yo sabía lo que tenía que hacer: hablaría con la policía narrándoles los hechos. Así lo hice y me aconsejaron que al menos durante dos semanas no fuera a pie a casa, sino en el autobús.

Pero mi hijo, desoyendo mis palabras, se lo contó a su padre, quizá temiendo que pudiera ocurrirme algo. Al día siguiente me vinieron a buscar los dos, en el coche, a la puerta del trabajo con la esperanza de que lo volviera a ver.
Me dijeron que caminara y mientras ellos me seguirían con el coche lentamente.

-No me ha hecho nada -les advertí. Solo me ha seguido. Además, tampoco sé si lo reconocería, -dije para que quitaran importancia al asunto.

Ese día no lo vimos.

Al siguiente, se presentó de nuevo mi marido a buscarme . Esta vez solo. Subí al coche. Al poco rato, apareció ante mi vista, con sorpresa, el mismo muchacho, con la misma camiseta y las mismas bermudas. Iba andando tranquilamente por la avenida.

Mi marido, dando un volantazo brusco,  dobló una esquina y se bajó del coche. Consiguió seguirlo a pie y saber en qué casa entraba.
En ese momento sí que sentí miedo. No quería que hubiera ninguna pelea y desconocía qué iba a ocurrir. Nunca me ha gustado que nadie se tome la justicia por su mano y las consecuencias que ello puede generar.
Mi situación familiar no era agradable, como ya he explicado anteriormente. 

Cuando mi marido volvió al coche me dio simplemente la dirección de dónde había entrado el chaval. Luego, en casa, se la comunicó también a nuestro hijo. Lo hizo -le dijo-. por si ocurría algo, ya que él, esa noche, comenzaba unas largas vacaciones sin nosotros.

Así acabó la historia. No volví a ver a mi perseguidor, a pesar de que desde mi trabajo a su casa no había demasiada distancia.

Sinceramente, nunca sé qué motivos llevaron a ese chico a seguirme.


Lo narro, tal cual ocurrió. Que cada cual saque sus propias conclusiones.

En alguna ocasión, en el centro penitenciario en el que he trabajado, lo he comentado con los internos. Una sonrisa aparecía en sus caras. Yo, sin embargo, no tengo tan claro que respondiera a la realidad.


Gloria Mateo Grima








Mi agradecimiento a las personas de:
España
Estados Unidos
Alemania
Francia
Polonia
México
Reino Unido
Bolivia
Argentina
Paraguay
Rusia
Colombia
Chile
Indonesia
Andorra
Ecuador
India
Dubai
Singapur
Israel
y a otras que entran a visitar mi blog. Si me olvido de algunas, les pido perdón.
Gracias, de verdad.

Gloria



















jueves, 20 de noviembre de 2014

Investigación sobre el Tipo de apego recibido en la infancia e incidencia de los roles de género relacionados con la violencia a la pareja Gloria Mateo Grima -






Lo que a continuación expongo es solamente uno de los ejemplos de los casos de internos condenados por Violencia de Género. Hay diferentes vivencias. 
La investigación completa, registrada en la Propiedad intelectual, a la que alude el título, la podéis encontrar completa en www.zaragoza-ciudad.com/gloriamateo   Por supuesto, no hay nombres que identifiquen a nadie.



-Cuando era niño e iba al colegio, a mis compañeros recogían sus padres a la salida y les llevaban un bocadillo para merendar. Sin embargo, nunca venía nadie a buscarme a mí y tenía que regresar solo a casa. A veces, y sin saber por qué, me embargaba un sentimiento de tristeza que me quitaba de encima rápidamente pegando una patada en el suelo. ¡Después de todo, yo era mucho más independiente! ¡No necesitaba a nadie y me sabía defender por mí mismo! ¡Los otros iban a ser siempre unos niños protegidos!
¡Me sentía mucho más valiente que todos ellos!

(Mordió las frases finales y los músculos de su cara se
endurecieron).

-Mi madre falleció cuando yo era muy niño y apenas la recuerdo. Ni siquiera su voz. Siempre estaba enferma y casi no nos atendía.
Apenas salía de su habitación y no podíamos molestarla. Comentan que si tal vez se quitó la vida… Da igual. No lo supe ni lo he querido saber. No me interesa.
Nuestro padre nunca nos dio una muestra de cariño ni a mis
hermanos ni a mí. Éramos varios, chicos y chicas. Pasaba
totalmente de nosotros. Él, a raíz del fallecimiento de mi madre…o quizá antes…no lo sé…comenzó a beber y sólo lo recuerdo borracho. Eso sí, era muy trabajador: del trabajo a casa y de casa al bar. Mi hermana mayor se ocupaba de todo lo concerniente a las tareas domésticas ¡Supongo que no le quedó otro remedio!
A veces, cuando me encontraba jugando en la calle y mi padre aparecía de improviso, se acercaba de malas maneras a pegarme.
No tenía ningún motivo. Yo no había hecho nada. Simplemente lo hacía por lo primero que se le ocurría aquel día. No importaba que no tuviera razón. Pero siempre pasaba cuando iba bebido. Y es que… bueno…lo he visto tan pocas veces en un estado normal, incluso antes de que falleciera mi madre, que si no hubiera sido así lo hubiera considerado como algo muy raro y no propio de él.
Un día, delante de todo el mundo, me dijo: ¡cuando vuelva a casa ya me las arreglaré contigo! ¡Burro, que eres un burro y no vales ni valdrás nunca para nada! A la vez que gritaba diciéndomelo, me pegaba patadas, cogiéndome por las orejas y tirando de ellas hasta enrojecérmelas.
Mis amigos y los vecinos que estaban en esos momentos delante me miraban como con lástima. Yo me sentía muy mal. Ocurrió varias veces, no solo una. 
Pero claro, tal vez él se comportaba así porque estaría amargado por la muerte de mi madre y la carga de los hijos que le quedó…

-¿Te dedicó tu padre en algún momento que recuerdes una sonrisa,
alguna muestra de ternura, aunque fuera cuando él estaba bebido?

-¡Nunca, nunca ocurrió!, contestó. Además… a mi casa no vino nadie de fuera. No teníamos visitas. Mi padre no tenía amigos y si él estaba, la mayoría de las veces se tumbaba a dormir la mona.
¡En aquella casa, que yo recuerde, entró muy poca gente!
Hablaba con signos de rabia muy evidentes en el rostro que se preocupa en contener, tratando de expresarse con un tono normalizado y correcto y sin perder la compostura.

En el relato de su historia se puede observar cómo este interno durante su infancia no solamente tuvo carencias afectivas, tanto por la enfermedad de su madre, de la que apenas guardaba ningún tipo de recuerdo, como por los malos tratos recibidos por parte de su padre, la mayoría de las veces teniendo espectadores ajenos al núcleo familiar.

Desde el fallecimiento de su progenitora, la figura paterna estuvo sin estar. Aunque físicamente figuraba, apenas dirigió la palabra a sus hijos. Era una como un espectro distante que daba a entender
un “no existís para mí”.
Sin embargo, lo que más parece que se le grabó en su memoria y lo ha acompañado durante toda su vida ha sido la frase que le dirigió su padre delante de todo el mundo, cuando él estaba jugando en la calle:

-¡Eres un burro y nunca servirás para nada!

Llevaba “marcadas a fuego” la humillación, la vergüenza y el
pronóstico de que no haría nada en la vida digno de valía. Así creció, sintiéndose muy poca cosa, que trató siempre de disimular con una prepotencia desmedida en sus relaciones con los demás.

Me confesó que jamás había comentado con nadie del tema
porque, decía, que a quién se lo iba a decir y para qué.

Posiblemente no le entenderían o pensarían que hablaba así de su padre porque era un mal hijo. Añadió que la gente siempre ha pensado que a los padres hay que quererlos y respetarlos por obligación hagan lo que hagan con los hijos. Ni siquiera se lo comentó a su pareja. Se negó siempre a hacerla partícipe de lo relativo a su vida interior.

Pero, a pesar de que no quería recordar su niñez tan desagradable, hoy, desde su postura de adulto, sigue comprendiendo y justificando la actitud de su padre:

-Ha llevado una vida muy dura. En cierto modo lo comprendo. Mi madre le hizo una faena muriéndose. Un hombre que se queda solo, al fallecer su mujer , se tiene que hacer cargo de los hijos para sacarlos adelante. Tiene que ser muy difícil.

En este caso, el interno no reconoció nunca su responsabilidad en la violencia hacia su pareja y además la justificó, desplazando y proyectando la culpa hacia ella:

-¡Se merecía que la tratara mal! ¡Era una hija de la gran puta y se juntó conmigo sólo por interés! ¡Nunca consentiré que me manipulen y menos ninguna mujer! ¡Ya me he encargado de hacerle saber que cuando salga de prisión me las va a pagar!
¡Que no se piense que con esto se acaba todo! ¡Que se vaya preparando…! ¡No me importa que la orden de alejamiento todavía no haya finalizado! ¡Iré a darle su merecido! ¡Ya lo creo que se lo daré! ¡Se lo ha ganado! ¡Me da lo mismo que tenga que entrar de nuevo en la cárcel! ¡Lo haré a gusto! ¡Por lo menos, si eso ocurre,será porque me he vengado!
¡Ahora los jueces siempre meten en chirona al hombre! ¡La justicia es un asco! ¡No cuenta qué nos hacen ellas a nosotros! ¡No, eso no se ve! ¡Nadie dice nada de cómo nos martirizan con sus palabras!

Mientras vertía todas esas exclamaciones con un tono de voz muy elevado, apretaba los puños con rabia.

Luego, suavizando sus facciones, dijo que reconocía que
necesitaba a alguien a su lado, al menos para satisfacer sus deseos delante de sus amistades, ya que todos los amigos tenían una mujer y él no iba a ser menos hombre que ellos.

Como se puede apreciar, esta persona no mostró ningún rastro de arrepentimiento. Sólo ira, acompañada de un deseo exacerbado de venganza. El que pudiera entrar de nuevo en prisión, después de su supuesta venganza, no iba a resultar penoso cuando hubiera conseguido tomarse la justicia por su mano. Así me lo dijo.



Gloria Mateo Grima



El amor que yo he querido





Oigo gemir mi corazón cansado
por esperarte tanto,
con los ojos abiertos, esforzados,
en esquivar el sueño que me acucia,
y que no quiere
un nuevo amanecer envuelto en llanto.

Busco, en la oscuridad algún sonido
que devuelva ese hilo
con el que yo cosía mi vestido,
aunque al cabo del tiempo
era tan fino, 
 que apenas ya zurcía mi latidos.

Pero las noches pasan,
y el silencio se apodera, no hay ruido.
Otra vez ha olvidado que existo,
otra vez, y otra vez siento más frío.

El amor, ése que yo he querido
ha pasado de largo:
 estará descubriendo otros caminos.

Yo anhelo su presencia,
él, él se ha desvanecido.




  


Gloria Mateo Grima






















martes, 18 de noviembre de 2014

Conferencia de D. José Manuel Blecua, director de la Real Academia de la Lengua Española



Esta tarde, con D. José Manuel Blecua, director de la Real Academia de la Lengua Española y con el doctor, D. Fernando Solsona, presidente del Ateneo de Zaragoza.


D. José Manuel Blecua, después de una breve introducción del doctor D. Fernando Solsona, nos ha deleitado con su interesante conferencia sobre el nuevo diccionario de la Lengua Española. Ha hecho hincapié en la gran cantidad de palabras de origen aragonés que aparecen en él.
¡Realmente deliciosa y amena su disertación!

El Ateneo de Zaragoza celebra, estos días, su 150 aniversario con diversas conferencias impartidas por importantes personalidades que enriquecen tal acontecimiento.

Gloria Mateo Grima


domingo, 16 de noviembre de 2014

Los Secretos DVD Sinfónico - Aunque tú no lo sepas - Cambio de Planes




Gloria Mateo Grima

Los Secretos (ultima actuacion de Enrique)






Gloria Mateo Grima

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Y yo era solo él (De mi libro Aprendiendo a vivir sin él)






Aprendí desde niña a jugar a mayores
y creía en los cuentos, en mi príncipe azul.
Que era guapo, valiente, generoso y honesto
y me quería tanto…

Aprendí desde niña a ser sombra de mi hombre
a complacerle en todo, a luchar por su amor,
a no merecer nada, a ganarme su afecto
y a llorar sus desprecios.

Aprendí tantas cosas, que me quedé olvidada
y yo era sólo él.





Gloria Mateo Grima




(A veces, los cuentos...)
Las tradiciones, las costumbres, la idealización... han llevado a muchas mujeres a admitir ser vejadas y a perder su identidad.
¡No a los malos tratos! ¡No a la falta de respeto ni de él hacia ella ni de ella hacia él!





Macaco - Me Olvide de Vivir





Que no se nos escapen esos momentos pequeños a los que normalmente no prestamos atención. Ellos son los que realmente configuran nuestras vidas.




Gloria Mateo Grima

sábado, 8 de noviembre de 2014

¡Por favor!: ¡¿uno rápido?!


No, no se podía detener ni cinco minutos. El sonsonete del despertador, a pesar de acercarse a la naturaleza imitando el canto de un gallo al amanecer, no le causaba el mismo placer que si lo hubiera escuchado en la tranquilidad y sosiego del campo.
Saltó de la cama, abrió la ventana para que se ventilara la habitación y mirándose en el espejo del tocador contempló con resignación las marcas del paso del tiempo en su cara: las ojeras no habría modo de disimularlas ese día, seguro. Decían que se le habían endurecido las facciones, pero ella pensaba, más bien, que mostraban los signos de una tristeza que a duras penas quería controlar para que nadie la notara.
Se duchó con agua fría, como siempre, ya que además de ahorro de la caliente, decían que apretaba las carnes, misión imposible por otra parte, puesto que cuando se pasa de una determinada edad sólo el bisturí o unas sesiones insufribles de gimnasia pueden hacer algo parecido a un milagro. La cabeza no era del cuerpo y siempre se lavaba el pelo poniéndose de rodillas en el suelo, inclinada sobre la bañera, porque tenía esa costumbre y no le gustaba que el agua tan alcalina de la ciudad arañara la piel de su cara como si fueran las garras de un buitre de carroña. Ya tenía bastante con otros zarpazos.
Todo se sucedía a ritmo vertiginoso: hacer la cama, pintarse, pensar en qué iba a comer ese día y, con un poco de suerte, comprobar  si tenía algo en el frigorífico, entrar en el ordenador por ver si había salido el genio de la lámpara que le diera una buena noticia y, si no, ponerse a buscar cual detective para encontrar algo que le diera esperanza y que al menos la hiciera sentirse menos muerta, aunque su vida fuera al galope y sin rumbo.
Apagó la pequeña pantalla del ordenador, después de emborracharse con los “Descartados” y “Recibidos” y ningún "Preseleccionado" que leyó, en relación a los currículos enviados y, entonces, le asaltó la duda de si arreglarse para salir a la calle, en cuyo caso todo dependía de hacia dónde se dirigiera o si simplemente se acicalaba para que el espejo fuera benevolente con ella al menos por ese día.
Se decidió: iría a la cafetería de debajo de su casa y se permitiría leer en el periódico las ofertas en los anuncios. Sabía que también se iba a cargar de un sinfín de noticias en su mochila que le iban a hacer más la puñeta, sin embargo, la gratuidad de la lectura con la que le obsequiaba el dueño de la cafetería aunque no consumiera nada, tenía que aprovecharla.
Y, de repente estaba allí, como una señora de rompe y rasga que se come al mundo. Una oleada de hormonas que aparentemente estaban dormidas o, al menos anestesiadas, ya que las mantenía a raya para que no la lastimaran más, se rebelaron cuando vio a un caballero sumamente interesante que se tomaba un café en la barra. Lo miró, la miró, tropezaron sus ojos y sintió la electricidad recorriendo su cuerpo con una descarga súbita, vamos… de las de dejar tieso al más pintado.
Cogió el periódico, abandonó la mesa donde había permanecido y se situó, disimuladamente, en un taburete, al lado del autor que había originado su puñetera revolución. Por arte de magia, se había sentido otra vez viva dentro de tanto estrés y tanta zozobra. Su cuerpo pedía guerra como si estuviera en celo y, sin ningún pudor, porque ya había perdido todo tipo de vergüenza y no le quedaba nada más por perder, suspiró y susurró cerca del oído del apuesto caballero y también dispuesto -porque se le notaba- que había provocado sus ansias, tratando de que no la escuchara el camarero: ¡Por favor!, ¡¿uno rápido?!
Desconcertada al ver que no la rechazó, sino que sonriendo complacido le rodeó la cintura con brazos fuertes y, a la vez tiernos. Era como si hubiera entendido perfectamente el porqué de sus palabras. Suavemente, sin brusquedad, la condujo hacia su coche.
La desesperación se tradujo en un desenfreno de oleadas de pasión y de placer contenidos que llevaban demasiado encarceladas porque no le quedaba tiempo para nada que no fuera el atender a su pesadilla.
No quería pensar, no quería ni le daba la real gana. Y se dejó llevar…
Era la primera vez que se le había ocurrido acercarse a un hombre, casi suplicándole y, aunque fue rápido, le supo a gloria. Nunca pensó que llegaría a eso, pero tampoco le pasó por la cabeza que al cabo de más de cuarenta años trabajando iba a sentirse convertida en un despojo dentro de la sociedad y estaba ocurriendo. ¡Qué cosas depara la vida!
Olvidó por unos momentos su situación de desempleada y pensó: ¡Qué me quiten lo bailao! ¡Qué les den por donde amargan los pepinos a las filas del Inem, a la espera y desesperación en la búsqueda de curro, a las renovaciones periódicas de la demanda de un trabajo (pura burocracia), y a la percepción de la espada de Dámocles siempre pululando sobre su cabeza! porque, como a ella, estaban “cargándose” lentamente a mucha gente que todavía llevaba la energía a flor de piel dispuesta a seguir en el mercado laboral con capacidad de desafío y también a otros que ni siquiera podían acceder a él por primera vez para ganar un poco de pan duro con el sudor de su frente, después de haber estudiado duramente una carrera.
¡Maldita situación y maldita forma de tratar de sobrevivir honradamente! ¿Habría que convertirse en delincuente? ¿Habría que remover el aire? ¡Nunca, mientras le quedara un aliento de vida!
Se acomodó el pelo, se colocó de nuevo su ropa interior chivata todavía de lo acaecido y alisó su vestido lo mejor que pudo para que no delataran los momentos de éxtasis que había vivido. 
No había comerciado con su cuerpo, no. Simplemente lo utilizó para no pasar otro día sin un trozo de caricia que llevarse al alma.

Cuando todo acabó, bajó de aquel coche y poniendo un beso en su mano, rozó con ella levemente la mejilla de aquel samaritano; luego, comenzó a correr, huyendo, quizá de sí misma. ¡Huir, huir, desaparecer!...Tropezó, se le rompió un tacón y cayó al suelo. En ese momento, ¡zas!, esta vez el despertador con la melodía de "Hoy puede ser un gran día" (que había seleccionado para darse ánimos) y no con la del sonido del gallo, sí que que la hizo levantarse de la cama y reanudar su rutina diaria.
¡Todo había sido un sueño!, pero lo recordaba perfectamente.
La realidad, la suya, era parcialmente verdad y, por desgracia, no en la parte agradable. 

La mente, por suerte, suele dar alguna tregua en las penalidades, con mecanismos de defensa, incluso durante el sueño. La propia biología interior se rebela para conseguir un respiro de equilibrio.
Aquel día, no obstante, comenzó su lucha con una sonrisa en la cara. Eso sí, tenía claro que jamás, salvo durmiendo, se le hubiera ocurrido solicitar ese tipo de favores. El sexo, sin amor, nunca lo deseó.

Gloria Mateo Grima






jueves, 6 de noviembre de 2014

Otoño






Tendría que decirte tantas cosas,
en estas horas de quietud y calma
en la que casi toco hasta el silencio
porque no estás aquí y duele el alma.

Quisiera recorrerte con mis dedos
y gozar la dulzura de tu boca
humedeciendo poco a poco mi piel,
hasta llegar casi a volverme loca.

Me gustaría, sí, saber que estás al lado
y sentir tu calor en la mirada,
desde el otoño, de repente, frío
que se ha instalado, cubriéndome de nada.

Pero no existe ese hombre enamorado
al que pueda explicarle estos latidos,
que nunca son bobadas inventadas
sino gritos que anegan mis sentidos.



Gloria Mateo Grima





domingo, 2 de noviembre de 2014

LOS PUNTOS - ESA NIÑA QUE ME MIRA



Gloria Mateo Grima