Gloria Mateo Grima
Autora
Soy autora de todo lo escrito en este blog.
Ruego, por favor, respeto.
Derechos reservados.
Muchas gracias.
Gloria Mateo Grima
martes, 22 de diciembre de 2015
lunes, 7 de diciembre de 2015
Fotos del acto en la Casa de Aragón de Madrid
Quiero dar las gracias a la Casa de Aragón de Madrid que tan amablemente me recibió y, especialmente, a su presidente, José María Otín Molés, que hizo la presentación y estuvo al tanto de que todo saliera bien. Igualmente mi agradecimiento a todas las personas que vinieron de lugares insospechados, muchas de ellas desconocidas para mí, y a otras con las que volví a encontrarme después de varios años. Tampoco quiero olvidar a los amigos que quisieron acompañarme.
Pasé una tarde noche muy agradable con todos y sé, porque así me lo hicisteis saber, que os resultó el acto interesante.
Lamenté mucho el no haberme podido quedar más tiempo al coloquio, especialmente porque no pude atender a alguien que en ese momento estaba sufriendo las secuelas de la Violencia de Género. No obstante, me dijo que estaba en buenas manos y creo que saldrá adelante.
Pido disculpas si no he subido antes estas fotos. Igualmente me excuso por mi prolongado silencio que de nuevo habéis podido constatar los que seguís, a pesar de ello, entrando al blog.
Espero reanudar pronto mi participación por aquí.
Gracias a todos.
Gloria Mateo Grima
jueves, 29 de octubre de 2015
miércoles, 9 de septiembre de 2015
Las rosas en el invierno.
Qué
difícil resulta ocultar el dolor
cuando aún arde la lluvia entre los ojos
y hay que dar a entender
que los días son luces que iluminan
y brillan.
cuando aún arde la lluvia entre los ojos
y hay que dar a entender
que los días son luces que iluminan
y brillan.
Cómo
escuece el silencio de los sueños,
la esperanza perdida,
la esperanza perdida,
el
calendario que desdibuja días,
los recuerdos de besos que han desaparecido
y la cama fría.
los recuerdos de besos que han desaparecido
y la cama fría.
No
volveré a querer, a darme entera,
para que en un momento, desprecien mi caricia
y que la indiferencia pincele las facciones
que antes me sonreían.
para que en un momento, desprecien mi caricia
y que la indiferencia pincele las facciones
que antes me sonreían.
Ya no voy a dejar mis sentimientos
a pieles adornadas de cobardía,
de inmadurez,
de orgullo
y de egolatrías.
de inmadurez,
de orgullo
y de egolatrías.
Aquí estaré, sin mendigar al cielo,
aunque mi piel se arrugue.
Jugaré a que aún siento las rosas
en el invierno, todavía.
G.M.G.
:
sábado, 29 de agosto de 2015
Pero...mientras tanto, ¿quedará un mañana?
Ni
siquiera sé si están escondidos
en
simas profundas,
o
juegan conmigo a ver en mis ojos
cielo
y luego infiernos
de
adioses y olvidos.
Y
las esperanzas se visten de luto
en
muchos tiempos mudos.
Yo
me agarro al aire que aún respiro
lo
aprieto bien fuerte, cerrando mis puños,
lo
acaricio y beso;
lo
mimo...
Quisiera
esculpirlo y hacer unas manos,
que
me desnudaran del hielo que siento
en el vacío;
y
cincelar labios que fueran tan suyos
como
son los míos.
No
deseo juegos de enanos de amor,
ni
cálculos hechos por contables muertos,
estatus
de estatuas, ordinarios ricos
o
pluscuamperfectos.
Añoro
el sentir que sientan conmigo
un
mismo camino.
Pero
este reloj que ya va sonando con aire cansino
se
ríe de mí,
me
augura más sombras que me descolocan.
Mas...
yo quiero sol,
por
eso, en el juego del escondecucas,
oteo rincones,
por si en una sima oscura y cerrada
estuviera alguien que me acompasara.
Pero... mientras tanto...
¿quedará un mañana?
G.M.G.
domingo, 23 de agosto de 2015
Pasodoble del Galán (Pasodoble)
Perdonad si no entro últimamente.
Aquí os dejo un pasodoble para subir el ánimo.
G.M.G.
sábado, 8 de agosto de 2015
miércoles, 5 de agosto de 2015
martes, 4 de agosto de 2015
domingo, 2 de agosto de 2015
sábado, 1 de agosto de 2015
viernes, 31 de julio de 2015
domingo, 26 de julio de 2015
lunes, 20 de julio de 2015
Allí, a los pies, donde su nombre dice...
Me
acerqué hasta aquel hombre que, en su huerto,
bailando con el sol regaba sueños.
Me miró, nos miramos.
Me miró, nos miramos.
Silencio con silencio...
Después me dio una rosa.
Sonreí.
¡¿Cómo vio mis adentros?!
Me dirigí al lugar donde, aunque muchos lo piensen,
ni está la soledad ni falta vida:
si uno sabe escuchar, se sienten risas,
comentarios de historias vividas
y canciones de antaño, algarabías...
Y llegué, quedamente, con cautela,
al nuevo domicilio permanente
de una mujer valiente,
de una mujer gallarda, brava y fuerte;
luchadora aguerrida,
que tejió los abrigos de tres vidas
con una sola aguja,
lentamente...
Cuando el tiempo, enemigo inclemente,
la venció,
quiso volver al lado de su río,
de su fuente,
y a encontrarse con él,
que la dejó tan sola tanto tiempo,
y fue su gran ausente.
Allí, a los pies, donde su nombre dice...
deposité la rosa,
y a esa mujer bravía le rogué un poco de energía
de ésa...
de ésa que ella tenía.
G.M.G.
Después me dio una rosa.
Sonreí.
¡¿Cómo vio mis adentros?!
Me dirigí al lugar donde, aunque muchos lo piensen,
ni está la soledad ni falta vida:
si uno sabe escuchar, se sienten risas,
comentarios de historias vividas
y canciones de antaño, algarabías...
Y llegué, quedamente, con cautela,
al nuevo domicilio permanente
de una mujer valiente,
de una mujer gallarda, brava y fuerte;
luchadora aguerrida,
que tejió los abrigos de tres vidas
con una sola aguja,
lentamente...
Cuando el tiempo, enemigo inclemente,
la venció,
quiso volver al lado de su río,
de su fuente,
y a encontrarse con él,
que la dejó tan sola tanto tiempo,
y fue su gran ausente.
Allí, a los pies, donde su nombre dice...
deposité la rosa,
y a esa mujer bravía le rogué un poco de energía
de ésa...
de ésa que ella tenía.
G.M.G.
domingo, 19 de julio de 2015
El Arrebato Aqui me tienes
¡Qué hermoso tiene que ser tener un amor así!, como dice la letra.
G.M.G.
miércoles, 8 de julio de 2015
lunes, 13 de abril de 2015
martes, 17 de marzo de 2015
Investigación sobre el Tipo de apego recibido en la infancia e incidencia de los roles de género relacionon la violencia a la pareja Gloria Mateo Grima. (Otro informe vital)
De nuevo os dejo aquí otro Informe Vital de los expuestos por un interno condenado por Violencia de Género y recogidos en mi investigación llevada a cabo en el Centro Penitenciario de Zuera (Zaragoza).
Un interno, de treinta y tantos años, me contó lo siguiente:
No recuerdo apenas a mi madre biológica, ya que murió cuando yo tenía 5 años. Bueno, sí: me cantaba canciones y me leía cuentos 76 por la noche. Me quería, porque me apretaba de vez en cuando contra ella como tratando de fundirme en sus brazos. Otras veces, apenas me prestaba atención. Pienso que era porque estaba enferma. No sé qué le pasaba. Siempre estaba triste y a veces lloraba mucho, aunque procuraba que no la viera. Era como si de repente tuviera madre y de repente desapareciera. Se metía en su habitación y yo sabía muy bien que en ese momento no tenía que molestarla porque se enfadaba y me decía que saliera. Me sentía muy triste, porque no entendía nada… ¡Aquella maldita habitación era como una barrera que impedía que mi madre volviera a ser mi madre! Cuando ella falleció, mi padre se volvió a casar. En un principio mi madrastra estuvo más o menos afectuosa conmigo: había sonrisas, amabilidad, etc. Pero enseguida cambiaron las cosas: me pegaba muchas veces con la correa de su cinturón o con lo primero que pillaba si algo de lo que yo hacía la contrariaba,.. ¡La odiaba con toda mi alma y…a la vez, le tenía mucho miedo! ¡Todavía no sé por qué hoy no me ha quedado ninguna marca por mi cuerpo de los golpes que recibí! Menos mal que mi padre no tuvo hijos con ella, que si no… ¡Por cierto! Tampoco la vi tener muchas muestras de afecto con él. No era guapa ¡Para más Inri, además, era fea! Mi padre sí que me quería. Me compró una bicicleta y me enseñó a montar en ella cuando tenía 8 años. También me inculcó algo que considero fundamental en la vida: el ser respetuoso, honrado y trabajador. A veces pienso que fue demasiado permisivo conmigo en algunas cosas; en otras no, porque aprendí inmediatamente a no salirme de los imperativos que me marcaba simplemente con la mirada.
Recibí un aprendizaje muy importante por parte de mi madrastra: me enseñó a no llorar. Me decía que los hombres no lo hacían, que eso era solo cosa de las mujeres. A veces, cuando me ponía a llorar, enseguida trataba de contenerme porque sabía que la tenía delante, entonces, ella sonriendo me llevaba a la primera tienda de 77 juguetes o chucherías que encontraba y me regalaba algo. Era mi premio por aguantarme y no seguir derramando ni una sola lágrima más.
Me marché de casa cuando tenía 17 años, pero ya trabajaba antes. Quise vivir mi vida, que no me controlaran mi dinero y que nadie me dijera qué tenía o no que hacer. Desde el primer momento me ha gustado exigirme mucho a mí mismo y he sabido hacer las cosas muy seriamente, porque era de la única manera de subsistir. He trabajado duro…
Siempre me he sentido muy solo y quizá por eso soy reacio a recibir muestras de afecto. Bueno…a decir verdad, necesito que me las den, pero cuando las recibo y tomo conciencia de ello, las rechazo enseguida. Es como si saltara algo dentro de mí que me dijera: “este cariño lo vas a pagar caro”. Así que…busco el estar con alguien, sin embargo, cuando hay demasiado acercamiento, recelo de la otra persona y me distancio…
Tengo una hija y la quiero mucho. Soy muy cariñoso con ella, quiero decir que la abrazo y la mimo, pero porque es mujer. Si fuera hombre no me comportaría así. Las mujeres necesitan más arrumacos. Son más débiles y hay que darles mimos… Me duele no verla. En cuanto salga trataré de retomar el contacto con ella, aunque sólo sea por medio de eso que ahora llaman “Punto de encuentro”, que pienso que les hace más mal a los niños que bien. ¡No entiendo por qué tiene que estar alguien delante cuando cojo a mi hija y la abrazo! Me siento como si fuera un ogro que fuera a tragársela y al que se está vigilando continuamente por si acaso... ¡La echo mucho de menos! Le escribo cartas, pero no sé si su madre se las leerá. ¡No me fío!
Necesito tener una pareja a mi lado con la que compartir, con la que hablar, aunque…no de todo, claro. Hay cosas que no hay que contarle a una mujer por muy mujer mía que sea. Mire…llámeme machista o lo que le dé la gana, pero las mujeres son mujeres y con ellas, aunque sean mis parejas, no se puede hablar. No hay que dejarles al descubierto realmente cómo eres y qué cosas te preocupan. Luego, son muy astutas y a la hora de discutir sacan tus defectos “encima de la mesa”. ¡No, definitivamente, no! ¡Jamás le contaré mis cosas a una mujer! ¡Todas son iguales! 78 Y lo siento porque sé que le estoy diciendo esto a una mujer… A pesar de todo, no me gusta estar solo. Tengo la sensación de que me encuentro en medio de una superficie helada y que a mi alrededor no hay sino bloques y bloques de hielo. Me invade un frío interno que me hace sentir mal. Prefiero creer que alguien está pendiente de mí, aunque solo sean figuraciones mías.
He sido y soy muy celoso, pero no sólo de mi ex pareja, sino también de mi hija. No me gusta que tenga más cercanía con su madre. ¡¿Yo no pinto nada o qué?! Tengo miedo de que se olvide de que tiene un padre… de que su madre la intente alejar de mí… ¡Yo qué sé…! Me monto muchas películas en la cabeza. Pero que conste que en algún momento sí que se han confirmado mis sospechas. Trato de comportarme siempre midiendo lo que hago.
A veces me cabreo si las expectativas que tengo sobre las reacciones de los demás no son las que yo quiero.
Por regla general me deprimo fácilmente y me pongo muy triste. Pero son cosas mías, de nadie más. Pienso que nunca voy a tener nada en condiciones, ni familia, ni trabajo, ni nada de nada… Eso sí, procuro que nadie se dé cuenta de que lo estoy pasando mal, para eso soy un hombre. Hay algo interior que me dice que ya desde niño no merezco que me ocurran cosas buenas…”
Le pregunté que si seguía queriendo a su pareja y si volvería con
ella al salir de prisión. Contestó lo siguiente:
La sigo queriendo, pero ya no de la misma manera. En cuando a si volvería con ella, pues… no lo sé. Tal vez sí y tal vez no…
Cuando le dije a este interno que si quería colaborar conmigo en el
estudio, me miró receloso. Estuvo a punto de decirme que no. No
confiaba para nada en que yo fuera a ser totalmente neutral. Al
final, accedió.
Durante su narración, jugueteaba constantemente con el bolígrafo.
Se tocaba la cara y mostraba una mirada huidiza. Hacía gestos que
79
denotaban nerviosismo y suspicacia. Me dirigía repetidas preguntas
después de que comenzó su relato, tales como:
¿Y esto le va a servir para algo o va a hacerme más daño del que ya tengo estando preso? ¿Por qué hace este estudio una mujer? ¡Seguro que está a favor de ellas, claro!
Su suspicacia era evidente.
(No sé por qué, pero en ese momento me vino a la memoria lo
expresado por D. Miguel Lorente Acosta, (médico forense), en uno
de sus libros: “Mi marido me pega lo normal y El rompecabezas.
Anatomía del maltratador” y también al escrito por Doña Marina
Pozo (2009) “Alas de libertad”, en los que se alude, entre otros
aspectos, a los testimonios de mujeres que refieren la todavía
dominancia del género masculino sobre el femenino y el miedo a la
pérdida de poder).
A veces, después de que él se daba cuenta de que me había
confesado algo un poco íntimo, trataba de minimizarlo o de no darle
importancia con frases como:
Pero no se crea que…Bueno… esto nos pasa a todos. Lo que ocurre es que yo se lo estoy contando…y la verdad no sé ni por qué lo hago. Quizá sea porque usted me ha caído bien.
Este hombre no asumió en modo alguno que hubiera maltratado a su pareja ni de palabra ni de obra, aunque admitió que en ocasiones sí que habían tenido sus broncas, pero dijo que eran puntuales y siempre por culpa de ella. Según él, se había convertido en una marimandona. La ansiedad de un “te muestro que te quiero” y un ahora “no te lo voy a dar a entender”, la certeza de que no podía confiar nunca en una mujer, lo habían convertido en una persona muy insegura y con un carácter totalmente receloso. El Apego que recibió de niño por parte de su madre fue ambivalente, con verdaderos lapsus de ausencias producidos por la débil salud de ésta. Nunca supo por qué ella se ponía triste y 80 lloraba, ni tampoco qué enfermedad hacía que se metiera en la habitación, y no saliera durante un tiempo. Por otro lado, el aprendizaje que le impuso su madrastra sobre la contención de emociones supuestamente femeninas lo había sumido en un maremágnum de confusiones de las que sólo había sacado claro que no podía ser muy transparente ni confiar en ninguna mujer. Quizá el Apego inseguro, unido al machismo manifiestamente admitido, lo había convertido en un hombre con el terreno abonado para una convivencia en pareja supeditada a sus propias normas y dictados, si la otra persona quería seguir estando con él.
Gloria Mateo Grima
domingo, 15 de marzo de 2015
Huérfana en Primavera
Fotografía: José Ramón Marcuello.
Contemplo el horizonte apenas luce el día:
no hay caminos trazados,
sí una ruta segura,
y a ésa le pido que espere todavía.
Me asomo sola, tratando de vencer la cobardía;
el llanto queda ahogado,
contengo la amargura
por los que abandonaron mi piel a sangre fría.
Y me visto de rojo, que infunde valentía;
el sol, mira callado,
el viento, con dulzura,
me maquilla la cara, me pinta picardía.
Huérfana en primavera; quiere huir mi alegría;
mis sueños desbocados,
la sangre, con premura,
le susurra a mi cuerpo: aún tienes energía.
No miro a los rastrojos
algunos...
algunos escuecen todavía.
Gloria Mateo Grima
sábado, 14 de marzo de 2015
Unos ojos lo contemplaron todo - Relato completo
Unos
ojos lo contemplaron todo...
La
noche era silenciosa. Apenas se hilvanaba algún hilo de luz de la
luna. Barruntaba una tormenta próxima a descargar su furia en aquel
verano tórrido. Los habitantes de la casa de vacaciones dormían. Ya
su ritmo biológico los había invitado al descanso. Ni un solo
atisbo de vida se intuía entre aquellas cuatro paredes que un poco
antes bullían con la algarabía de risas de niños.
De
entre las sombras, algún ramaje del jardín emitió un quejido
suave. Luego, de nuevo, calma. Después, la quietud se rompió. Alguien tenía prisa, demasiada prisa por guarecerse bajo
techo, tal vez intuyendo que pronto su ropa estaría empapada por la
lluvia. ¡Quizá..!
Penetró
en el chalet sigilosamente entre la oscuridad. Todo estaba planeado.
Nadie se dio cuenta de los pasos que se deslizaban desde la entrada
hacia el pasillo donde se encontraban las habitaciones.
Una...dos...tres..., tal vez sea ésta -se dijo-, aunque no lo tenía
claro. La puerta no estaba cerrada del todo y pudo ver que,
efectivamente, no se había equivocado. En su mano llevaba un gran
pañuelo completamente impregnado en algo que había preparado
previamente. Entró, se dirigió hacia la niña que dormía
profundamente en la cama con cuyas sábanas creyó rozarse sin
querer. Le puso suavemente el trozo de tela sobre la nariz.
Esperó unos segundos. Apenas sintió que le oponía resistencia por
la fase del sueño tan profunda en la que la chiquilla dormía. La
cogió en brazos y abandonó el lugar, procurando no dejar constancia
de su presencia.
Al
salir, ya se comenzaban a sentir los primeros gotarrones de lluvia.
Había que darse prisa: los relámpagos y truenos podrían poner en
peligro su misión. Una vez fuera, corrió con su "presa" y
la depositó suavemente en el asiento trasero del coche. Salió
despacio. Únicamente, después de que se hubo alejado unos metros,
apretó el acelerador y se esfumó, perdiéndose entre la
vegetación de la urbanización.
Dos
días después, las noticias anunciaron en todos los medios de
comunicación el secuestro de una niña de 4 años. Sin rastro
del autor o autora del hecho. La policía comenzó una investigación
minuciosa.
Nadie
supo qué ocurrió. Morfeo se había apoderado de los habitantes de
la casa. Ni el agua, acribillando el tejado, los avisó. Notaron la
ausencia de la pequeña al amanecer.
Pero
unos ojos lo contemplaron todo... Sí, alguien no se perdió ni un
detalle de lo que allí había ocurrido...
El
viaje, con la niña cuidadosamente colocada en el asiento trasero del
coche, resultó difícil. Tenía que alejarse lo máximo posible y en
el menor tiempo. El efecto del suave narcótico con el que había
sedado a la pequeña podía desaparecer y eso entorpecería su
misión. Pero si fuera así, confiaba en su capacidad de comunicación
con los niños. Además, confiaba en que ella lo reconocería.
El
combustible estaba dando ya sus últimas bocanadas. Pudo llegar a una
gasolinera en la que él mismo llenó el depósito y solo tuvo que
entrar dentro a pagar: no había nada más que un empleado y casi
nunca era el mismo. Cuando ya se disponía a reanudar el viaje sintió
un leve sonido proveniente de la parte posterior del vehículo: unos
bracitos pequeños se desperezaban; por unos momentos, los ojos de la
chiquilla se abrieron y contemplaron el breve habitáculo. Él se
giró hacia el asiento de atrás y le sonrió: quiso
transmitirle confianza. Por fortuna, comprobó aliviado que enseguida
se volvió a dormir.
-¡Menos mal! -pensó-.
Ya quedaba poco para
llegar a la vieja casa de campo que le servía de refugio. Por
suerte, no se encontró a ningún coche policía que le hubiera
podido multar por infringir las normas de seguridad que debía
cumplir. Unos kilómetros más; solo unos pocos y la niña ya estaría
a salvo.
Su mente bullía; era un hervidero de emociones en las que
predominaba el miedo: no quería ser descubierto. Una maraña de
pensamientos galopaban uno tras otro, sin orden ni concierto. Hacía
años que le perseguían; demasiados.
La
conoció en la playa hacía ya unos quince días. Jugaba en la arena
no muy lejos de las hamacas que ocupaban sus padres. Enseguida se dio
cuenta, al merodear cerca de ellos, que gritaban y gesticulaban. Hubo
un momento en el que el padre agarró por el brazo bruscamente a la
niña y la llevó más cerca de la orilla, como queriendo no verla. No le importaron sus
lloros provocados por la brusquedad de sus movimientos; no le importó
nada porque, simplemente, estaba sumergido en su propio mar agitado:
el de la ira. E, inmerso en el mismo, una vez que volvió a la
hamaca, al lado de la de su esposa, siguió con la discusión
endiablada que había comenzado con ella: ¡en cuanto acabemos las
vacaciones, tú te irás por tu camino y yo me iré por el mío! -le
dijo-. La mujer le contestó airadamente y a gritos. Siguieron
enzarzados en una pelea verbal sin cuartel que hacía que la gente de
los alrededores los mirara. Daba igual: estaba claro que la pareja se
aborrecía.
A
esa conclusión llegó, él, al observar repetir casi la misma escena todos los días seguidos: la de dos bichos destruyéndose inmersos en
su mundo y sin ningún tipo benevolencia hacia el lazo que los ataba
mucho más de lo que los unía: su hija: una chiquilla inocente.
El
dolor lo consumía; no podía soportar el espectáculo. Era como si
un gran molusco lo atrapara con sus pinzas y le hiciera crujir su
carne y sus huesos, convirtiéndolo, en unos segundos en una masa
inerte. Notaba, de nuevo, que se le escapaba la vida. Se echaba las
manos a la cabeza, intentando taparse los oídos. ¡Asco, asco y
asco!, eso era lo que sentía. ¡No, no...!
Pero
estaban ahí. Aquellos padres eran unos monstruos. Tenía la más
absoluta certeza.
Por
eso decidió saber dónde se alojaban; por eso los siguió hasta
saber que compartían un pequeño chalet con otros dos matrimonios,
jóvenes como ellos y que también tenían niños. Pensó que
pertenecerían a la misma familia; pero no era así: posiblemente
habrían alquilado el chalet conjuntamente para pasar sus vacaciones.
Se
había cerciorado de cómo estaba distribuida la casa y también de
que pocos ratos hacían vida en común las distintas familias. Eran en
los que, afortunadamente, la frescura de las relaciones de los
chiquillos imperaba entre el caos de la inmadurez de alguno de aquellos adultos. Quizá sería entonces -se dijo a sí mismo-
cuando la pequeña tendría algo de vida: la que correspondía a su
edad.
Luego,
en sus paseos repetidos a conciencia durante muchos días al borde de
la orilla de la playa, observaba a la pequeña jugar con la arena:
construía riachuelos por los que entraba el agua salada. A la vez,
sonreía y hablaba sola; dedujo que sus interlocutores eran seres
imaginarios. No le cabía la menor duda; por suerte, estaba inmersa
en un mundo mágico. Sí; serían para ella minutos de paz y
fantasía, mientras a unos metros más allá, el vinagre corrompía
la relación de dos personas.
En
uno de esos paseos matutinos por la playa, -premeditados y por el
mismo lugar- miró de soslayo hacia las hamacas dónde estaban los
padres de la niña. Tratando de pasar inadvertido, se acercó a ella
y, agachándose a su lado le mostró varias conchas que portaba en la
mano.
-Mira
-le dijo sonriendo-: las vamos a poner en todo el recorrido de tus
mares pequeñitos. Debajo de cada una de ellas se esconde un mago
que, de vez en cuando, aparecerá y te contará cosas bonitas. ¡Vamos
a levantar una y veras! -añadió-. Entonces comenzó a contarle él
mismo, haciendo diferentes voces, una historia de aventuras en las
que la chiquilla era la protagonista.
La
pequeña lo escuchaba, primero con cierto miedo y luego con
entusiasmo, que manifestó aplaudiendo con sus manitas.
Una
vez que hubo terminado de narrar, le susurró bajito, disponiendo a
reanudar su marcha: -mañana volveré y descubriremos a otro mago que
te contará más cuentos.
-¡No
me olvides, pero no le digas nada a tus padres!, añadió.
Ella
se quedaba triste al ver alejarse al chico guapo y un poco desgarbado
que le le había hecho sonreír.
No diría nada a sus padres; sería
su secreto.
Así
iban pasando los días. Se inventó varias historias: una para cada día. Sabía que se iba agotando el tiempo y él no
lo podía perder: no sabía cuánto más iban a estar aquellos
malnacidos todavía de vacaciones y, por lo tanto, tenía que actuar
pronto.
Se
decidió a hacerlo aquella noche lluviosa.
Pero
unos ojos lo contemplaron todo...Lo sabía.
Una
vez que hubo llegado a lo que parecía una casa, bastante
vieja y destartalada, en un campo, despertó a la chiquilla
ofreciéndole una piruleta. Ésta, poco a poco fue saliendo de su
letargo inducido. Se frotó los ojos y, a pesar de las palabras
cálidas que el chico guapo le dedicó, comenzó a llorar
desconsoladamente.
-No
te asustes -le susurró, tratando de tranquilizarla-. A partir de
ahora vivirás mejor, mucho mejor. Ya lo verás. Podrás jugar libre,
sin gritos, zarandeos, empujones o desprecios de personas malas.
Aquí no te faltara lo más importante: mi cariño y el de Ulises, mi
perro que es también tuyo y, diciéndole esto, soltó un silbido al
que acudió presuroso un pastor alemán que había recogido en una calle abandonado.
Pero
a pesar de todas sus intenciones acogedoras, el llanto no cesaba y
eso que, el chico de los magos -así lo llamaba ella- le caía muy
bien; pero echaba de menos a sus padres.
Al
final, el perro consiguió atraer la atención de la chiquilla y
dispersó un poco sus temores jugando con ella.
La
policía, haciendo su trabajo de una manera diligente y en poco
tiempo, hilando cabos y siguiendo pistas, localizó la casa y a sus
tres habitantes (con uno de ellos no contaban): la niña, un muchacho
muy escuálido, desgarbado y con el pelo desaliñado, y un perro, que
salió a recibirles a con bravos ladridos, cuando llamaron a la
puerta.
En
su delirio, la mente del chico, abatida y desestructurada por los
estupefacientes que había consumido durante largo tiempo, después
de abandonar el infierno de la casa de sus padres, se había
confeccionado un nuevo mundo y en él vivía tranquilo, sin voces que
lo acribillaran, sin peleas tanto físicas como psíquicas, en
definitiva, sin sufrimiento.
Nadie
lo buscó y, si lo hicieron, no consiguieron localizarlo.
Sin
embargo, desde su huida, una frase martilleaba su cerebro
persiguiéndolo: unos ojos lo contemplarían todo...
Sí; ocurriera
lo que ocurriera, siempre, alguien sabría lo que estaba haciendo en
cada momento: la paranoia se había instalado en su cerebro como un
inquilino al que no podía echar por mucho que lo intentaba. Siempre
tenía que estar en estado de alerta: el peligro acechaba.
Había escapado de unos padres que no le mostraron ningún afecto y, cuando
creyó encontrar el cielo, los efectos de las drogas que comenzó a
consumir por los solares, junto con otros chicos y chicas, para evadirse y olvidar, se convirtieron
también en otros nuevos infiernos. Y de ellos no sabía huir.
La
policía rescató a la niña y a él se lo llevaron detenido.
Posteriormente ingresó en prisión. La niña pasó a ser reconocida por un médico forense.
De lo
primero que se enteró por los medios de comunicación fue de que
era un pederasta el autor del secuestro. Aunque todavía faltaban los resultados médicos realizados a la niña.
-¡Qué
sabían ellos! -pensó-: nada más lejos de la realidad. Jamás hubiera
abusado de ella; lo único que quería era liberarla del infierno que sabia, por lo que observó, estaba pasando la pequeña.
Le preocupaba mucho que otra vez fuera devuelta al lado de
aquéllos que ignoraban lo que era ser unos verdaderos padres.
-Otra vez con ellos, no -se repetía una y otra vez-. Si vuelve, será una nueva víctima como yo.
Ya
se enteraría, porque, siempre, unos ojos lo contemplarían todo...
Gloria Mateo Grima
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