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Gloria Mateo Grima





miércoles, 18 de julio de 2018

Una jarra de vida (Relato)


Sí, ya lo sé. Deja de martillear el cerebro con tantos ruidos. Parece que los buscas desesperadamente. El óxido no perdona -me dices. No te empeñes, estoy en mi monasterio de clausura y, al menos, de momento, los muros son más o menos resistentes. Con algún que otro desperfecto, pero aguantan.

Por cierto, hace tiempo que no veo al cura. Me he preguntado siempre por qué le llamamos cura. ¿Nos cura algo? Al menos, la palabra sugiere algún fármaco, no sé si genérico o de marca. Nos viene a sanar -comenta la madre superiora- el alma. Pero... ¿alma no es igual a psique,  que es lo mismo que mente? Entonces…claro, es que en este convento andamos todos, incluido el jardinero, medio locos. Por eso viene. ¡Leñe!, no había caído… ¡El cura y el jardinero! Sólo dos hombres para tanta mujer...Siempre imprescindibles y escasos. Hoy me va a tocar discutir con alguna de alrededor, seguro.
¡Que no me lo repitas tantas veces...! Al final, tengo asumido que tú ganarás la guerra: pero no quiere decir que yo no salga victoriosa en alguna batalla. Por eso surge como un volcán mi rebeldía: tengo anemias y deshidrataciones. Sí, en plural. Pero no de sueños, ¡eh! Haz más ancho el horizonte y déjame que me ponga, a escondidas, los tacones, las cremas reparadoras y el rimmel que guardo detrás del manto de la Virgen en mi habitación. Me acucian las dudas.

Si se enteran, me expulsan. Lo tengo claro.
Hoy me estás martirizando ¡Vete a hacer puñetas!
Tendré que hablar con EL DE ARRIBA
¡Ufff!¡, con tanto lío,  me voy al manantial del huerto: necesito beberme una jarra de vida...

Gloria Mateo Grima