Hace,
ya mucho, mucho tiempo, (como en los cuentos), me contaron lo siguiente:
Después
de su ruptura sentimental, el mundo casi desapareció. Ya no sentía si era, ni siquiera si estaba; no había camino: el vacío lo
llenaba todo.
Le aconsejaron una página de contactos en Internet. Siguió al pie de
la letra los pasos que había que dar para “conocer” a alguien a pesar de que no había ningún interés por su parte. Redactó, como le indicaron, una breve carta en Word y la
copió y pegó en diferentes perfiles. Ni miró a quiénes dirigía
sus palabras. Puro automatismo, nada más.
Hubo
contestaciones a sus correos en serie. Respondió a aquéllas que estaban más correctamente
escritas. Criba, cansancio, aburrimiento. Al final solamente quedó
una dirección. Esa persona escribía bien: prosa poética, decía
sin decir, divagaba sobre sentimientos y emociones; se perdía en la
inmensidad de la naturaleza, hablaba de dársenas, del café de
sobremesa, de atardeceres, de fuentes en un jardín. En definitiva,
eran agradables de leer y bucólicas.
Siguió
intercambiando mails, mirando lienzos escritos con cierta armonía,
letras de vivos y hermosos colores que le hicieron salir de su
letargo en una borrachera de inocencia; simplemente leía. No había
fotos. Nunca las hubo, pero no hacían falta, tampoco le eran
necesarias.
El
tiempo pasó; la vitalidad renació, la ilusión se volvió a
instalar en su apatía. Se iba configurando un nuevo mapa en su
cerebro: las neuronas le revoloteaban enérgicas y con brío.
La
noticia le llegó inesperadamente: “había fallecido aquella persona que le escribía por
las secuelas de un accidente de tráfico”. Así se lo comunicaron
desde un lugar imaginario. Sí, imaginario, porque nunca supo si
realmente existió.
¡Fue un pobre
y miserable juego que alguien inició por pura diversión!
No le importó el tiempo transcurrido; tampoco si pudo causar dolor o no; simplemente apareció y, cuando se cansó de su teatro, fingió su propia muerte para difuminarse.
¡Faena de aliño, rejón de muerte!
No le importó el tiempo transcurrido; tampoco si pudo causar dolor o no; simplemente apareció y, cuando se cansó de su teatro, fingió su propia muerte para difuminarse.
¡Faena de aliño, rejón de muerte!
Pero no consiguió su objetivo: quien recibió el macabro comunicado, aprendió y sacó el lado positivo del fantasma de cuento: su renacimiento. ¡Era
lo más maravilloso que le había podido ocurrir!
Así
es este medio de Internet: puede haber princesas y príncipes,
demonios y ángeles, hombres y mujeres, espectros que juegan a divertirse en el aire.
Hay
que estar atentos: ¡los fantasmas existen!
G.M.G.