Abro
el armario. No sé qué me voy a poner hoy... Hace unos años, nada
más despertarme, sin levantarme de la cama, ya sabía con qué ropa
me vestiría. Pero la imaginación se me ha oxidado. La motivación,
también. Es igual. Vaqueros y camisa blanca nunca entienden de
edades. Me pondré en la camisa la flor roja que me regaló mi
amiga. Quedará bonita. La tenía olvidada. El rojo y el blanco son
los colores que siempre me han gustado más. Cantan a la vida. Lo
malo es que....lo malo es que no siempre escucho la melodía.
Salgo
de casa en dirección a una plaza. Ayer pasé por allí. No sé si
sabré ir. De vez en cuando me desoriento. Había en ella
aparatos para que los viejos puedan hacer gimnasia. Así se nos
llama a los que hemos pasado de los 60. Hay un sol espléndido. Pero
el viento parece que está riñendo con las hojas a estas horas de la
mañana. Mal presagio. No me gusta que al aire le duelan las tripas.
Me alborota los pensamientos y, a veces, tengo gastroenteritis
mental. No me apetece acercarme a la gente. No me pasa siempre. Sin
embargo, cada vez más.
Por
fin la encuentro. Estaré un rato y removeré mis energías.
Me
siento en un banco. Delante de él hay como unos pedales, pero sin
bicicleta. Observo el ambiente. La plazoleta no está todavía muy
concurrida. Mejor. No es que me dé vergüenza ponerme a mover las
piernas...A estas alturas de la vida, paso de todo, pero como que no
me gusta que me miren.
Uno,
dos, tres.... Pedaleo hasta 100 veces. No más. Me empiezan a doler
las rodillas. Tendré que comer más carne que tenga huesos con
gelatina. O pescado...¡A ver si me acuerdo de comprar! Últimamente
tengo pocas ganas de comer caliente. Todo me da igual.
Me
levanto y me dirijo hacia una especie de manivelas que hay en una
pared. Comienzo a trazar con mis brazos unos círculos imaginarios
haciéndolas girar. En cada uno de ellos, doy la vuelta al mundo.
¡¿Había dicho que mi imaginación se había oxidado?!
Hay
más artilugios que podría utilizar, pero por hoy ya vale. Otro día
estaré más rato. No quiero que mañana todo mi cuerpo sea un
concierto de grillos.
En
el banco en el que estaba anteriormente, se ha sentado otro viejo.
Pues me marcho. No quiero volver allí, a pesar de que me gustaría
descansar un poco a la sombra. No me da la gana de que nadie me
acribille con sus batallitas. Tampoco quiero contar las mías. Luego
algún espabilado se apodera de ellas y las hace suyas.
¡ Hay muchos
que, además de ser viejos, son tramposos y ladrones!
Llevo
un bolso negro grande, pero no al hombro, sino cruzado por mi espalda
y el pecho. Reposa a buen recaudo sobre mi estómago. Así me dijo
que tenía que ponérmelo un caco que conocí para disuadir a otros
de su cofradía y no me robaran.
Casi
piso una caca de perro. ¡Mira que son cochinos! ¡No, los perros no,
sus dueños!
¡Un
trozo de hojalata en el suelo! ¡Perfecto para espejo!
Lo
cojo y lo guardo en una bolsa de plástico que llevo siempre bien
doblada en el interior de mi bolso. Alguien se para a ver lo que
estoy haciendo y su cara denota extrañeza...¡Me importa un comino!
Hay gente muy mala.
Luego,
transito por una calle llena de solares vacíos. Suele haber
tiradas en ellos cosas interesantes. Tendré que tener cuidado con
las jeringuillas. ¡Mira que destrozarse la vida sin ton ni son...!
¡Un
ladrillo! ¡Qué bien! Está nuevo. Me sirve...¡Andá!, aquí hay un
marco medio roto y sin foto. ¡Y allí veo una urna de las que se
utilizan para guardar la cenizas de los muertos! ¡¿Alguien habrá
querido que sus polvos reposen en un solar?! ¡Todo podría ser... !
Está vacía y la tapa suelta, pero un poco descascarillada, al
lado. No hay rastro del fallecido. ¡Otro hallazgo importante! ¡Pues
todo a mi bolsa! ¡Jo!, un zapato de tacón. Esta casi nuevo...
Pues al saco otra vez, digo...a la bolsa.
Llevo
ya demasiado peso. Toca retirada.
Un
niño, que va de la mano de su madre, me mira mientras se come una
piruleta. ¡Qué envidia! ¡Yo quiero ser niña otra vez! ¡Chaval,
no tengo tan mala pinta, eh! Aunque no te lo creas, esta mañana me
he duchado, a pesar de que he tenido que desocupar la bañera de
cosas para meterme. Voy limpica y arregladica. Así que en estos
momentos no huelo a vieja.
Me
tengo que ir. He de volver a casa. Me quedan muchas cosas por hacer.
Tengo que ser previsora. ¡Por si acaso...!
Cuando
llego a la puerta del ascensor, sale de él mi vecina de rellano de
piso. También vieja. Pero ésta está como un cencerro. Se viste con unos chambergos del año de
Cascorro. Es muy anticuada. Yo, no. Además, llevo tacones y ella
calza planos y tiene juanetes. ¡Juanes no ha tenido, no; sólo:
jua-ne-tes! No creo que en su juventud se hayan enamorado muchos de ella. ¡Es más fea que un demonio! Además es mala persona.
Antes
de marcharse, me mira de arriba abajo, deteniéndose en mis pies.
¡Que se chinche! Los míos son bonitos.
Ya
he llegado. Abro la puerta de mi piso. Es luminoso. A veces se
oscurece por nubes negruzcas que aparecen en mi cabeza. Pero este es
mi secreto. No lo sabe nadie. Desde que me quedé viuda, tengo más
tormentas que días soleados.
¡Casi
tropiezo! Seguro que ha sido con algún material de los que traigo y que necesito para
mis provisiones. ¡Gajes del oficio!
Saco
todo mi botín de la bolsa de plástico. Lo dejo en el suelo, al lado
de un trozo de un falso techo de escayola de un pasillo, que me
encontré el otro día y de una lámpara sin bombilla que algún
imbécil tiró. Todo me sirve. Estoy muy contenta. Sé ser selectiva.
No me traigo a casa cualquier cosa.
Un
abrigo de imitación de leopardo, reposa, pero no muerto, en una
silla. También lo recogí de un basurero. No, no lo he puesto en mi
armario ropero. A éste le destinaré un lugar nuevo que ya me
pensaré. A todo le llegará su hora y su momento.
Hace
calor. Me siento en el sofá del salón. Está desordenado. Casi no
me queda sitio para poner mis posaderas. ¡Aviento a un rincón mi
camisa y la flor!
Ayer,
no me dio tiempo de hacer lo que tenía proyectado. Y tengo que
pensar. He de recopilar cosas. No me quedan muchos años para
seguir moviendo las pestañas. He de aprovechar cada momento. Los
minutos, los segundos, son un lujo. No puedo dejarlos escapar. Me
angustia no saber ser previsora. Tengo que serlo... ¡Por si
acaso...!
Escucho
el sonido del ascensor y voces de gente. ¡Serán los vecinos! Pero
no...Bueno... yo a lo mío. Pensar y pensar en lo que he recogido
hoy. No tengo que tirar nada. ¡Por si acaso...!
Llaman
al timbre de mi puerta. ¿Serán los que he escuchado antes? ¿Qué
narices querrán? ¡Pues que se enteren que apenas los voy a poder
atender! Quiero estar sola.
-¡Hola,
Margarita! -me dice una chica joven.
A
su lado, dos muchachos fornidos, vestidos de una manera rara, me
miran muy serios.
-
Hola -respondo casi sin ganas. ¿Cómo sabe mi nombre? - le pregunto
recelosa.
-
Sabemos mucho de usted - me dice.
-
Seguro que se lo habrán contado los vecinos. ¡Qué cotillas! ¿Por
qué no se meterán en sus vidas y no en las de los demás? Yo no
molesto a nadie.
-Mire
-prosigue- venimos a pedirle que nos acompañe. Somos de los
Servicios sociales del barrio.
-¿A
dónde quieren llevarme? ¿Pasa algo?
-
Al médico, para que le haga un chequeo. Queremos saber cómo está
su salud.
-
¡Mi salud está muy bien, gracias! ¡Estoy fuerte y sana! Hasta
hago gimnasia y todo...Me cuido mucho. (No me da la gana de decirles
que mi cabeza se pierde por laberintos en los que hay gente que viene
a apoderarse de lo poco que tengo, ni tampoco quiero hablarles de que
hay temporadas en las que ni me lavo ni me peino). Además, ahora me
cogen ustedes muy ocupada. Lo lamento, pero vengan otro día, si les
parece.
Los
dos acompañantes de la chica se miran con signos de complicidad.
Hablan entre ellos muy bajito y oigo algo como que un tal Diógenes me
tiene bajo su dominio y que se ha apoderado de mí.
Les
increpo:
-¡Oigan,
que los estoy oyendo y a mí no me tiene dominada ningún hombre!
Solo una vez en mi vida, uno casi consiguió que me olvidara de mí
misma y me dejé llevar como una marioneta; pero eso fue hace muchos
años...Yo era muy joven y estaba demasiado enamorada. Por suerte o
por desgracia, se murió. Desde entonces, me he ganado la vida. No ha
habido más hombres que me sometieran a su poder ¡No!
Así
que..., señores, se han equivocado de puerta.
Tal
vez tendrían que haber llamado en la de la de al lado. La de la
vecina. Ésa sí que todos los días pierde el culo por ir a casa de uno, que debe de ser su novio y que la somete a sus dictados hasta en la ropa. La teledirige. ¡Sí, hasta por la tele y todo! Debe de ser de alguna secta... Pero creo que han llegado tarde. Se les ha escapado.
Cuando yo iba a coger el ascensor, para subir ella salía. Es una
vieja chiflada que sí que está dominada. ¡Vamos, que si un hombre me dijera a mí cómo me tengo que vestir...!
Así
que...¡adiós, buenos días!
Pretendo
cerrarles la puerta en las narices y no me dejan.
Me
cogen, amablemente, esos sí, los dos morlacos musculosos. Tienen
cara de mala leche. Me llevan casi en volandas en dirección otra vez
al ascensor, seguidos por la señorita Rotenmeyer. Me introducen en
él y comenzamos a descender.
¡Se
me están llevando de mi casa!
Me
rebelo y me resisto. ¡No quiero ir! Me quedan muchas cosas que
buscar y guardar. ¡Por si acaso...!
-¡¿Que
me domina a mí Diógenes?! Ustedes están idiotas. ¡A mis años voy
a consentir estar bajo las órdenes de un hombre...!
¡Ja!
(Dedicado, con todo cariño, a todas aquellas personas solas y luchadoras que, por avatares de la vida, se han visto sorprendidas por el Síndrome de Diógenes. El único infame que, en este caso, los ha querido dominar.)
Gloria
Mateo Grima