Las
palabras tienen mucho poder. A veces transmiten cariño, calman, cambian
situaciones, intimidan, consuelan...En definitiva, pueden hacer el
bien o destruir.
Me voy a referir a las destructivas:
En ocasiones, alguna persona con la que tienes unos determinados lazos afectivos, utiliza sus palabras para etiquetar a otros resaltando
siempre los aspectos negativos que ha observado en ellos. Es especialista en hacer juicios de valor en negro. Parece que se desahoga así de las malos en su película. Y tú le crees. Necesitas creerle. El cariño que sientes es suficiente aval. Te pones de su lado; empatizas: de
manera inconsciente, esas personas a las que alude tienen todas
papeletas para caerte mal. A veces dudas y te preguntas si no habrá
alguna nota positiva de la que te pueda hablar también. Pero no la hay. No pasa nada. Ni siquiera te importa que las etiquetas las haya puesto a familiares muy cercanos. Ha juzgado y los ha colocado en un
nicho social: el suyo. Sus motivos tendrá -piensas.
El
azar o el destino es caprichoso. Un día conoces por primera vez o más fondo a alguno de esos
seres tan negativos. Los observas. Sacas conclusiones y la mayoría no
coinciden con las que has escuchado; otras,muy pocas, sí. ¿Qué haces entonces? En conciencia tienes que sincerarte. Le dices que discrepas en varios aspectos; también le hablas de los que estás de acuerdo. No eres una marioneta que se deje manipular. Tienes criterio propio.
Surgen los problemas. Es curioso: te das cuenta de que ninguna de las dos cosas le gustan. Mal si no coincides y mal si recalcas aquéllo en lo que crees que tiene razón. Se diría que, incluso, le molesta más la segunda postura. Te confunde. Te desconcierta. Recuerdas en ese momento que en España tenemos un refrán que dice: “De los tuyos dirás, pero no oirás”. Es así. Lo constatas: le desagrada que estés de acuerdo en algo y se lo manifiestes repitiendo sus propios argumentos.
Surgen los problemas. Es curioso: te das cuenta de que ninguna de las dos cosas le gustan. Mal si no coincides y mal si recalcas aquéllo en lo que crees que tiene razón. Se diría que, incluso, le molesta más la segunda postura. Te confunde. Te desconcierta. Recuerdas en ese momento que en España tenemos un refrán que dice: “De los tuyos dirás, pero no oirás”. Es así. Lo constatas: le desagrada que estés de acuerdo en algo y se lo manifiestes repitiendo sus propios argumentos.
La relación contigo se envenena. Pasas a ser un estorbo y ese cariño que te tenía lo tira por la cloaca en un sacudir de manos.
Te preguntas entonces por qué se ha sincerado contigo. ¿Lo ha hecho realmente? ¿Acaso había alguna intención que se te ha escapado en la confianza?
Tu
informador ha vaciado su casquería contigo,
pero no te engañes: no estás entre los que considera suyos -te
dices. Lo acabas de sentir. Has sido su confidente. No le has preguntado. Lo que ha comentado lo ha hecho de
una manera espontánea y libre. Pero...
Sí, pagas caro su incontinencia verbal envenenada. Ahora, ya se ha posicionado ante tu actitud: le molestas en su camino; te quiere sacar de él y lo hace.
¿Seguirá
pensando igual sobre todo lo que te ha contado? Efectivamente: se ha doctorado en
hipocresía llenando de atrezzos falsos el teatro
de su vida.
Solo
sabes lo que ha ocurrido contigo: te ha mandado a que te vayas por la
sombra. Ha quedado como Dios
delante de los demás. Es la víctima y tú el verdugo. Pero a ti no te puede engañar. Sabes bien qué es lo que opina y de quién o quiénes. ¡Si tu dijeras...! Mejor no. No te creerían.
Entonces piensas: ¡maldito poder el de las palabras destructivas! ¿Por qué las habré escuchado?
¡Qué pena que haya personas que para alimentar su ego tengan que triturar el de los demás!
¡Qué pena que haya personas que para alimentar su ego tengan que triturar el de los demás!
Cuando alguien resalte solo lo negativo de otros, hay que estar en guardia: suelen ser manipuladores y el daño te salpicará. Quizá pagarás un precio demasiado alto a nivel emocional.
Éste es solo un ejemplo del poder devastador de las palabras destructivas. Hay otros.