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Gloria Mateo Grima





sábado, 23 de junio de 2012

¡Por si acaso...!



Abro el armario. No sé qué me voy a poner hoy... Hace unos años, nada más despertarme, sin levantarme de la cama, ya sabía con qué ropa me vestiría. Pero la imaginación se me ha oxidado. La motivación, también. Es igual. Vaqueros y camisa blanca nunca entienden de edades. Me pondré en la camisa la flor roja que me regaló mi amiga. Quedará bonita. La tenía olvidada. El rojo y el blanco son los colores que siempre me han gustado más. Cantan a la vida. Lo malo es que....lo malo es que no siempre escucho la melodía.

Salgo de casa en dirección a una plaza. Ayer pasé por allí. No sé si sabré ir. De vez en cuando me desoriento. Había en ella aparatos para que los viejos puedan hacer gimnasia. Así se nos llama a los que hemos pasado de los 60. Hay un sol espléndido. Pero el viento parece que está riñendo con las hojas a estas horas de la mañana. Mal presagio. No me gusta que al aire le duelan las tripas. Me alborota los pensamientos y, a veces, tengo gastroenteritis mental. No me apetece acercarme a la gente. No me pasa siempre. Sin embargo, cada vez más.
Por fin la encuentro. Estaré un rato y removeré mis energías.

Me siento en un banco. Delante de él hay como unos pedales, pero sin bicicleta. Observo el ambiente. La plazoleta no está todavía muy concurrida. Mejor. No es que me dé vergüenza ponerme a mover las piernas...A estas alturas de la vida, paso de todo, pero como que no me gusta que me miren.
Uno, dos, tres.... Pedaleo hasta 100 veces. No más. Me empiezan a doler las rodillas. Tendré que comer más carne que tenga huesos con gelatina. O pescado...¡A ver si me acuerdo de comprar! Últimamente tengo pocas ganas de comer caliente. Todo me da igual.

Me levanto y me dirijo hacia una especie de manivelas que hay en una pared. Comienzo a trazar con mis brazos unos círculos imaginarios haciéndolas girar. En cada uno de ellos, doy la vuelta al mundo. ¡¿Había dicho que mi imaginación se había oxidado?!
Hay más artilugios que podría utilizar, pero por hoy ya vale. Otro día estaré más rato. No quiero que mañana todo mi cuerpo sea un concierto de grillos.

En el banco en el que estaba anteriormente, se ha sentado otro viejo. Pues me marcho. No quiero volver allí, a pesar de que me gustaría descansar un poco a la sombra. No me da la gana de que nadie me acribille con sus batallitas. Tampoco quiero contar las mías. Luego algún espabilado se apodera de ellas y las hace suyas. 
¡ Hay muchos que, además de ser viejos, son tramposos y ladrones!

Llevo un bolso negro grande, pero no al hombro, sino cruzado por mi espalda y el pecho. Reposa a buen recaudo sobre mi estómago. Así me dijo que tenía que ponérmelo un caco que conocí para disuadir a otros de su cofradía y no me robaran.

Casi piso una caca de perro. ¡Mira que son cochinos! ¡No, los perros no, sus dueños!

¡Un trozo de hojalata en el suelo! ¡Perfecto para espejo!
Lo cojo y lo guardo en una bolsa de plástico que llevo siempre bien doblada en el interior de mi bolso. Alguien se para a ver lo que estoy haciendo y su cara denota extrañeza...¡Me importa un comino! Hay gente muy mala.
Luego, transito por una calle llena de solares vacíos. Suele haber tiradas en ellos cosas interesantes. Tendré que tener cuidado con las jeringuillas. ¡Mira que destrozarse la vida sin ton ni son...!

¡Un ladrillo! ¡Qué bien! Está nuevo. Me sirve...¡Andá!, aquí hay un marco medio roto y sin foto. ¡Y allí veo una urna de las que se utilizan para guardar la cenizas de los muertos! ¡¿Alguien habrá querido que sus polvos reposen en un solar?! ¡Todo podría ser... ! Está vacía y la tapa suelta, pero un poco descascarillada, al lado. No hay rastro del fallecido. ¡Otro hallazgo importante! ¡Pues todo a mi bolsa! ¡Jo!, un zapato de tacón. Esta casi nuevo... Pues al saco otra vez, digo...a la bolsa.

Llevo ya demasiado peso. Toca retirada.

Un niño, que va de la mano de su madre, me mira mientras se come una piruleta. ¡Qué envidia! ¡Yo quiero ser niña otra vez! ¡Chaval, no tengo tan mala pinta, eh! Aunque no te lo creas, esta mañana me he duchado, a pesar de que he tenido que desocupar la bañera de cosas para meterme. Voy limpica y arregladica. Así que en estos momentos no huelo a vieja.

Me tengo que ir. He de volver a casa. Me quedan muchas cosas por hacer. Tengo que ser previsora. ¡Por si acaso...!

Cuando llego a la puerta del ascensor, sale de él mi vecina de rellano de piso. También vieja. Pero ésta está como un cencerro. Se viste con unos chambergos del año de Cascorro. Es muy anticuada. Yo, no. Además, llevo tacones y ella calza planos y tiene juanetes. ¡Juanes no ha tenido, no; sólo: jua-ne-tes! No creo que en su juventud se hayan enamorado muchos de ella.   ¡Es más fea que un demonio! Además es mala persona.
Antes de marcharse, me mira de arriba abajo, deteniéndose en mis pies. ¡Que se chinche! Los míos son bonitos.

Ya he llegado. Abro la puerta de mi piso. Es luminoso. A veces se oscurece por nubes negruzcas que aparecen en mi cabeza. Pero este es mi secreto. No lo sabe nadie. Desde que me quedé viuda, tengo más tormentas que días soleados.

¡Casi tropiezo! Seguro que ha sido con algún material de los que traigo y  que necesito para mis provisiones. ¡Gajes del oficio!

Saco todo mi botín de la bolsa de plástico. Lo dejo en el suelo, al lado de un trozo de un falso techo de escayola de un pasillo, que me encontré el otro día y de una lámpara sin bombilla que algún imbécil tiró. Todo me sirve. Estoy muy contenta. Sé ser selectiva. No me traigo a casa cualquier cosa.
Un abrigo de imitación de leopardo, reposa, pero no muerto, en una silla. También lo recogí de un basurero. No, no lo he puesto en mi armario ropero. A éste le destinaré un lugar nuevo que ya me pensaré. A todo le llegará su hora y su momento.

Hace calor. Me siento en el sofá del salón. Está desordenado. Casi no me queda sitio para poner mis posaderas. ¡Aviento a un rincón mi camisa y la flor!

Ayer, no me dio tiempo de hacer lo que tenía proyectado. Y tengo que pensar. He de recopilar cosas. No me quedan muchos años para seguir moviendo las pestañas. He de aprovechar cada momento. Los minutos, los segundos, son un lujo. No puedo dejarlos escapar. Me angustia no saber ser previsora. Tengo que serlo... ¡Por si acaso...!

Escucho el sonido del ascensor y voces de gente. ¡Serán los vecinos! Pero no...Bueno... yo a lo mío. Pensar y pensar en lo que he recogido hoy. No tengo que tirar nada. ¡Por si acaso...!

Llaman al timbre de mi puerta. ¿Serán los que he escuchado antes? ¿Qué narices querrán? ¡Pues que se enteren que apenas los voy a poder atender! Quiero estar sola.

-¡Hola, Margarita! -me dice una chica joven.

A su lado, dos muchachos fornidos, vestidos de una manera rara, me miran muy serios.

- Hola -respondo casi sin ganas. ¿Cómo sabe mi nombre? - le pregunto recelosa.

- Sabemos mucho de usted - me dice.
- Seguro que se lo habrán contado los vecinos. ¡Qué cotillas! ¿Por qué no se meterán en sus vidas y no en las de los demás? Yo no molesto a nadie.
-Mire -prosigue- venimos a pedirle que nos acompañe. Somos de los Servicios sociales del barrio.
-¿A dónde quieren llevarme? ¿Pasa algo?
- Al médico, para que le haga un chequeo. Queremos saber cómo está su salud.
- ¡Mi salud está muy bien, gracias! ¡Estoy fuerte y sana! Hasta hago gimnasia y todo...Me cuido mucho. (No me da la gana de decirles que mi cabeza se pierde por laberintos en los que hay gente que viene a apoderarse de lo poco que tengo, ni tampoco quiero hablarles de que hay temporadas en las que ni me lavo ni me peino). Además, ahora me cogen ustedes muy ocupada. Lo lamento, pero vengan otro día, si les parece.

Los dos acompañantes de la chica se miran con signos de complicidad. Hablan entre ellos muy bajito y oigo algo como que un tal  Diógenes me tiene bajo su dominio y que se ha apoderado de mí.

Les increpo:
-¡Oigan, que los estoy oyendo y a mí no me tiene dominada ningún hombre! Solo una vez en mi vida, uno casi consiguió que me olvidara de mí misma y me dejé llevar como una marioneta; pero eso fue hace muchos años...Yo era muy joven y estaba demasiado enamorada. Por suerte o por desgracia, se murió. Desde entonces, me he ganado la vida. No ha habido más hombres que me sometieran a su poder ¡No!
Así que..., señores, se han equivocado de puerta.
Tal vez tendrían que haber llamado en la de la de al lado. La de la vecina. Ésa sí que todos los días pierde el culo por ir a casa de uno, que debe de ser su novio y que  la somete a sus dictados hasta en la ropa. La teledirige. ¡Sí, hasta por la tele y todo! Debe de ser de alguna secta... Pero creo que han llegado tarde. Se les ha escapado. Cuando yo iba a coger el ascensor, para subir ella salía. Es una vieja chiflada que sí que está dominada. ¡Vamos, que si un hombre me dijera a mí cómo me tengo que vestir...!
Así que...¡adiós, buenos días!

Pretendo cerrarles la puerta en las narices y no me dejan.
Me cogen, amablemente, esos sí, los dos morlacos musculosos. Tienen cara de mala leche. Me llevan casi en volandas en dirección otra vez al ascensor, seguidos por la señorita Rotenmeyer. Me introducen en él y comenzamos a descender.
¡Se me están llevando de mi casa!
Me rebelo y me resisto. ¡No quiero ir! Me quedan muchas cosas que buscar y guardar. ¡Por si acaso...!

-¡¿Que me domina a mí Diógenes?! Ustedes están idiotas. ¡A mis años voy a consentir estar bajo las órdenes de un hombre...!
¡Ja!




(Dedicado, con todo cariño, a todas aquellas personas solas y luchadoras que, por avatares de la vida, se han visto sorprendidas por el Síndrome de Diógenes. El único infame que, en este caso, los ha querido dominar.)



Gloria Mateo Grima