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Gloria Mateo Grima





martes, 17 de marzo de 2015

Investigación sobre el Tipo de apego recibido en la infancia e incidencia de los roles de género relacionon la violencia a la pareja Gloria Mateo Grima. (Otro informe vital)

                                 


De nuevo os dejo aquí otro Informe Vital de los expuestos por un interno condenado por Violencia de Género y recogidos en mi investigación llevada a cabo en el Centro Penitenciario de Zuera (Zaragoza).


Un interno, de treinta y tantos años, me contó lo siguiente: 

No recuerdo apenas a mi madre biológica, ya que murió cuando yo tenía 5 años. Bueno, sí: me cantaba canciones y me leía cuentos 76 por la noche. Me quería, porque me apretaba de vez en cuando contra ella como tratando de fundirme en sus brazos. Otras veces, apenas me prestaba atención. Pienso que era porque estaba enferma. No sé qué le pasaba. Siempre estaba triste y a veces lloraba mucho, aunque procuraba que no la viera. Era como si de repente tuviera madre y de repente desapareciera. Se metía en su habitación y yo sabía muy bien que en ese momento no tenía que molestarla porque se enfadaba y me decía que saliera. Me sentía muy triste, porque no entendía nada… ¡Aquella maldita habitación era como una barrera que impedía que mi madre volviera a ser mi madre! Cuando ella falleció, mi padre se volvió a casar. En un principio mi madrastra estuvo más o menos afectuosa conmigo: había sonrisas, amabilidad, etc. Pero enseguida cambiaron las cosas: me pegaba muchas veces con la correa de su cinturón o con lo primero que pillaba si algo de lo que yo hacía la contrariaba,.. ¡La odiaba con toda mi alma y…a la vez, le tenía mucho miedo! ¡Todavía no sé por qué hoy no me ha quedado ninguna marca por mi cuerpo de los golpes que recibí! Menos mal que mi padre no tuvo hijos con ella, que si no… ¡Por cierto! Tampoco la vi tener muchas muestras de afecto con él. No era guapa ¡Para más Inri, además, era fea! Mi padre sí que me quería. Me compró una bicicleta y me enseñó a montar en ella cuando tenía 8 años. También me inculcó algo que considero fundamental en la vida: el ser respetuoso, honrado y trabajador. A veces pienso que fue demasiado permisivo conmigo en algunas cosas; en otras no, porque aprendí inmediatamente a no salirme de los imperativos que me marcaba simplemente con la mirada. 

Recibí un aprendizaje muy importante por parte de mi madrastra: me enseñó a no llorar. Me decía que los hombres no lo hacían, que eso era solo cosa de las mujeres. A veces, cuando me ponía a llorar, enseguida trataba de contenerme porque sabía que la tenía delante, entonces, ella sonriendo me llevaba a la primera tienda de 77 juguetes o chucherías que encontraba y me regalaba algo. Era mi premio por aguantarme y no seguir derramando ni una sola lágrima más. 
Me marché de casa cuando tenía 17 años, pero ya trabajaba antes. Quise vivir mi vida, que no me controlaran mi dinero y que nadie me dijera qué tenía o no que hacer. Desde el primer momento me ha gustado exigirme mucho a mí mismo y he sabido hacer las cosas muy seriamente, porque era de la única manera de subsistir. He trabajado duro… 
Siempre me he sentido muy solo y quizá por eso soy reacio a recibir muestras de afecto. Bueno…a decir verdad, necesito que me las den, pero cuando las recibo y tomo conciencia de ello, las rechazo enseguida. Es como si saltara algo dentro de mí que me dijera: “este cariño lo vas a pagar caro”. Así que…busco el estar con alguien, sin embargo, cuando hay demasiado acercamiento, recelo de la otra persona y me distancio… 
Tengo una hija y la quiero mucho. Soy muy cariñoso con ella, quiero decir que la abrazo y la mimo, pero porque es mujer. Si fuera hombre no me comportaría así. Las mujeres necesitan más arrumacos. Son más débiles y hay que darles mimos… Me duele no verla. En cuanto salga trataré de retomar el contacto con ella, aunque sólo sea por medio de eso que ahora llaman “Punto de encuentro”, que pienso que les hace más mal a los niños que bien. ¡No entiendo por qué tiene que estar alguien delante cuando cojo a mi hija y la abrazo! Me siento como si fuera un ogro que fuera a tragársela y al que se está vigilando continuamente por si acaso... ¡La echo mucho de menos! Le escribo cartas, pero no sé si su madre se las leerá. ¡No me fío! 
Necesito tener una pareja a mi lado con la que compartir, con la que hablar, aunque…no de todo, claro. Hay cosas que no hay que contarle a una mujer por muy mujer mía que sea. Mire…llámeme machista o lo que le dé la gana, pero las mujeres son mujeres y con ellas, aunque sean mis parejas, no se puede hablar. No hay que dejarles al descubierto realmente cómo eres y qué cosas te preocupan. Luego, son muy astutas y a la hora de discutir sacan tus defectos “encima de la mesa”. ¡No, definitivamente, no! ¡Jamás le contaré mis cosas a una mujer! ¡Todas son iguales! 78 Y lo siento porque sé que le estoy diciendo esto a una mujer… A pesar de todo, no me gusta estar solo. Tengo la sensación de que me encuentro en medio de una superficie helada y que a mi alrededor no hay sino bloques y bloques de hielo. Me invade un frío interno que me hace sentir mal. Prefiero creer que alguien está pendiente de mí, aunque solo sean figuraciones mías. 
He sido y soy muy celoso, pero no sólo de mi ex pareja, sino también de mi hija. No me gusta que tenga más cercanía con su madre. ¡¿Yo no pinto nada o qué?! Tengo miedo de que se olvide de que tiene un padre… de que su madre la intente alejar de mí… ¡Yo qué sé…! Me monto muchas películas en la cabeza. Pero que conste que en algún momento sí que se han confirmado mis sospechas. Trato de comportarme siempre midiendo lo que hago. 
A veces me cabreo si las expectativas que tengo sobre las reacciones de los demás no son las que yo quiero. 
Por regla general me deprimo fácilmente y me pongo muy triste. Pero son cosas mías, de nadie más. Pienso que nunca voy a tener nada en condiciones, ni familia, ni trabajo, ni nada de nada… Eso sí, procuro que nadie se dé cuenta de que lo estoy pasando mal, para eso soy un hombre. Hay algo interior que me dice que ya desde niño no merezco que me ocurran cosas buenas…” 

Le pregunté que si seguía queriendo a su pareja y si volvería con ella al salir de prisión. Contestó lo siguiente

La sigo queriendo, pero ya no de la misma manera. En cuando a si volvería con ella, pues… no lo sé. Tal vez sí y tal vez no…

Cuando le dije a este interno que si quería colaborar conmigo en el estudio, me miró receloso. Estuvo a punto de decirme que no. No confiaba para nada en que yo fuera a ser totalmente neutral. Al final, accedió. Durante su narración, jugueteaba constantemente con el bolígrafo. Se tocaba la cara y mostraba una mirada huidiza. Hacía gestos que 79 denotaban nerviosismo y suspicacia. Me dirigía repetidas preguntas después de que comenzó su relato, tales como: 

¿Y esto le va a servir para algo o va a hacerme más daño del que ya tengo estando preso? ¿Por qué hace este estudio una mujer? ¡Seguro que está a favor de ellas, claro! 

Su suspicacia era evidente. (No sé por qué, pero en ese momento me vino a la memoria lo expresado por D. Miguel Lorente Acosta, (médico forense), en uno de sus libros: “Mi marido me pega lo normal y El rompecabezas. Anatomía del maltratador” y también al escrito por Doña Marina Pozo (2009) “Alas de libertad”, en los que se alude, entre otros aspectos, a los testimonios de mujeres que refieren la todavía dominancia del género masculino sobre el femenino y el miedo a la pérdida de poder). A veces, después de que él se daba cuenta de que me había confesado algo un poco íntimo, trataba de minimizarlo o de no darle importancia con frases como: 

Pero no se crea que…Bueno… esto nos pasa a todos. Lo que ocurre es que yo se lo estoy contando…y la verdad no sé ni por qué lo hago. Quizá sea porque usted me ha caído bien. 



Este hombre no asumió en modo alguno que hubiera maltratado a su pareja ni de palabra ni de obra, aunque admitió que en ocasiones sí que habían tenido sus broncas, pero dijo que eran puntuales y siempre por culpa de ella. Según él, se había convertido en una marimandona. La ansiedad de un “te muestro que te quiero” y un ahora “no te lo voy a dar a entender”, la certeza de que no podía confiar nunca en una mujer, lo habían convertido en una persona muy insegura y con un carácter totalmente receloso. El Apego que recibió de niño por parte de su madre fue ambivalente, con verdaderos lapsus de ausencias producidos por la débil salud de ésta. Nunca supo por qué ella se ponía triste y 80 lloraba, ni tampoco qué enfermedad hacía que se metiera en la habitación, y no saliera durante un tiempo. Por otro lado, el aprendizaje que le impuso su madrastra sobre la contención de emociones supuestamente femeninas lo había sumido en un maremágnum de confusiones de las que sólo había sacado claro que no podía ser muy transparente ni confiar en ninguna mujer. Quizá el Apego inseguro, unido al machismo manifiestamente admitido, lo había convertido en un hombre con el terreno abonado para una convivencia en pareja supeditada a sus propias normas y dictados, si la otra persona quería seguir estando con él.  



Gloria Mateo Grima