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Gloria Mateo Grima





lunes, 20 de diciembre de 2010

Relato: "El rubio"






Entró por el portón a la plaza del pueblo en fiestas y buscó a su grupo de amigas pero no las encontró. Ya llegarían. Siempre lo hacían.

La gente bailaba al son de la música. Luces y guirnaldas vestían de destellos especiales la noche de Morés, en la ribera del Jalón. Al fondo, un grupo de “maletillas” departía amigablemente, entre risas, mirando a las chicas. Eran los que buscarían, tras un pase a una vaquilla, unas pesetas para poder seguir su rumbo hacia oportunidades de ser toreros, durmiendo en los pajares y lavándose la ropa en los lavaderos.

Sintió su mirada y los dos supieron desde ese momento que algo especial les estaba sucediendo. Era rubio y con el pelo rizado. Nada que ver con el perfil de los demás compañeros de fatigas. Con un ligero parecido a Paul Newman.

Se levantó del pilón en el que permanecía sentado, separado un poco de los demás y fue hacia ella. La invitó a bailar y la cogió suavemente de la mano. No hubo palabras de asentimiento, no fueron necesarias; simplemente percibieron los dos el contacto acariclante del roce de sus mejillas . La respiración contenida y, sólo, de vez en cuando, separaban sus caras para mirarse. Todo se lo decían sin decir. Era la magia de una noche de Mayo. Dos sentimientos al mismo compás

Al día siguiente, por la tarde, las vaquillas placeadas iban haciendo acto de presencia de una en una en la plaza. Desde una especie de burladero que habían preparado en la puerta de la casa de sus abuelos paternos, contemplaba como él, con buenas maneras, daba unos capotazos y después la buscaba con la mirada satisfecho. Nada más que decir, ya estaba todo dicho.

Acabaron las fiestas. Ella volvió a la ciudad y él se marchó. No se dieron ninguna dirección.


Una mañana, poco tiempo después, sonó el timbre de su casa, en Zaragoza. Era él. Después de marcharse del pueblo donde se conocieron,  al volver de su viaje a Madrid donde se marchó en su deambular, decidió buscarla. Alguien le dijo dónde podría encontrarla.
Se vieron y hablaron. Le comentó que al escuchar la canción de 'Anduriña" se acordaba de ella.


A partir de entonces, intercambiaron encuentros,  cartas tarjetas: “Mañana toreo un novillo en Estella y me han cogido tanto cariño esta gente que me quedaré aquí por unos días, pero estoy deseando de volver a verte. Te quiero”

Los encuentros rezumaban ternura y la pasión limpia de aquellos tiempos. Lo escuchaba rasgueando una guitarra en algún atardecer de un verano. No era un maletilla al uso. Tenía clase, era una persona culta. Se llamaba Jesús y sus compañeros, al referirse a él le decían "Rubio". Nunca habló de su familia. Sólo que procedía de Murcia.


Aquel mundo alternativo de escapadas para verse, aquellos ojos que un día se fundieron para ser unos, se fueron disipando como se escapa entre los dedos el agua clara que se quiere beber a borbotones cuando acucia la sed.

El tiempo, ese traicionero, se llevó demasiadas fiestas con ausencias de ambos. Ella lo buscó, preguntó por él pueblo y en el mundillo torero. Sí, ha vuelto a su tierra, le dijeron. Fue a hacer la mili en Aviación.


Y en las noches, cuando su cuerpo siente el deseo de una piel junto a la suya para fundirse en ella, ha tenido muchos hijos de él con su pensamiento. De vez en cuando sueña y se pregunta qué habrá sido de su vida.

Es mejor así -se dice como consuelo-. Quizá si lo supiera, se perdería todo lo hermoso que guarda de los instantes del que había sido su gran amor.



Glory Mateo G.
(Él la llamaba Glory)