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Gloria Mateo Grima





domingo, 19 de diciembre de 2010

"Y después, simplemente, te regalo una rosa"



*Preparó la comida y la llevó a la mesa. El sonido del televisor, posicionado “mirando” hacia un determinado sitio era todo lo que se escuchaba. El mando a distancia siempre estaba colocado en el mismo lugar: era el arma del poder, uno de los símbolos de una garra de acero que caía sin piedad sobre el resto de la familia.


Y el silencio se cortaba en el aire.

Por eso, ella y sus hijos engullían los alimentos: había que levantarse enseguida. No era el sitio más adecuado para una convivencia serena. Ni ése ni ningún otro dentro de la vivienda. Era un sinvivir en el que en cualquier momento podía caer un puñetazo sobre la mesa o el ruido ensordecedor de algo que se había estampado en el suelo. No importaba que no hubiera un motivo. El diálogo era simplemente un monólogo de un macho dominante que marca su territorio.

-¡¿Qué manera de comer es ésa?! ¡Tienes que dejar la costilla de la carne completamente limpia! ¡Y la culpa la tiene tu madre que no sabe educaros en condiciones!

Así era como normalmente, él, se dirigía a cualquiera de sus hijos, todavía niños. La rabia escupía por todos los poros de su piel y una vez soltado el veneno seguía comiendo impertérrito con la mirada clavada en la pequeña pantalla.



La mujer retiró los platos y calladamente se dirigió a la cocina. No sabía por qué, pero siempre fregaba en un tiempo record, como si de una competición se tratara. Buscaba, de una manera inconsciente, el despertar de una pesadilla. Porque aquello tenía que terminar: no quería que durara toda su vida. Se merecía algo mejor. Arañaba retazos de esperanza en el aire, pero la paralización, el dejar pasar los días, conducían a más tormentas, tanto exteriores como interiores.

-¡Tú para mí eres mierda! ¡Sal de esta habitación!

Así era como, a empujones, con la cara endurecida por su demonio interno, la sacaba al pasillo, tirándole la ropa del dormitorio común para que no durmiera en la cama esa noche.

Había amaneceres plagados de notas  que él pegaba en las paredes del pasillo. Eran misiles de los que no hacen ruido y que destruyen lentamente el concepto de “ser” de la persona a la que van dirigidos:

-¡¿Ves cómo los ansiolíticos que tomas no te hacen nada?! Tú lo que estás es loca y tendrías que acabar los días de tu vida encerrada! Dile a tu médico de cabecera que te aumente la dosis, la necesitas…

Otras veces, ni siquiera había exabruptos o insultos, eran simplemente miradas despectivas, de indiferencia y, sobre todo, silencios. No importaba el porqué estuviera enfadado con ella o contrariado. El enmudecimiento, ese silencio que sume en lo más profundo de los abismos, lo hacía extensivo a sus hijos que formaban parte del escenario y se convirtió en la forma preferida para  vengarse de la que en otro momento estuvo enamorado. Eran su arma arrojadiza contra ella: al no hablarles a ellos conseguía hacerle mucho más daño. Él decidía, él imponía y él se erigía como controlador emociones. Sabía cómo amedrentar,  atenazar y, también, después,  porque el sexo era lo que se le iba a dar gratis, simplemente, regalarle una rosa con una sonrisa de arrepentimiento. Era un experto en el arte de la sinrazón. Porque no había un razonamiento sostenible para su conducta



*En esta ocasión, como en la mayoría, el daño también tenía unos efectos soterrados y crueles, el que se estaba haciendo a los hijos. Eran más víctimas que a la que iban dirigidos.

Así era el bucle bien compacto y patológico que volvía a retroalimentarse de más porquería en la cloaca.
¿Hasta cuándo duraría? ¿Cómo terminaría? ¿Tendría que haber siempre una consecuencia de muerte para que se hicieran evidentes los malos tratos? ¿Habría que permitir que, llevado de una disociación producida por el rencor, les quitara la vida a los niños?No, por supuesto que no.

Este ejemplo es uno más de los llamados “Violencia de Género". Denominado así, no porque el hombre y la mujer seamos diferentes biológicamente o sexualmente, sino porque la cultura que hemos venido arrastrando de nuestros ancestros nos ha condicionado de tal manera que nos ha colocado a ambos sexos en un lugar determinado dentro de la sociedad y de este modo se han ido forjando resultados de dominancia y sumisión, de mayor intervención en tareas más por  unos que por otros, de más puestos de trabajo en el poder desempeñados por hombres... En definitiva, hemos construido unos estereotipos que nos ha hecho actuar por lo que se espera que tenemos que hacer si pertenecemos a uno y otro sexo. No ha importado la esencia de la persona, sino el papel que se le ha dado en el reparto de la obra.

La violencia no empieza de una manera instantánea. Va incrementándose gradualmente apoyada por las muletas de los roles establecidos en los que la mujer, hasta hace muy poco, ha salido siempre en desventaja. Por eso se ha hecho necesaria una discriminación positiva, para favorecer la disolución de las diferencias establecidas hasta que ambos, hombre y mujer, seamos considerados en igualdad y equidad.

Así pues, la mujer que no sabe reaccionar porque la paralizan sus emociones, tiene que pedir ayuda ante el menor indicio de denigración de lo más importante que tiene: la libertad de ser ella misma.


G.M.G.
(Psicóloga)