Autora

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Gloria Mateo Grima





domingo, 20 de julio de 2014

Cristina


(Foto hecha por Cristina, en su casa)



-¿Puedes venir a mi casa a dormir esta noche?
La que así me hablaba por teléfono era una amiga. De  estado civil, viuda repetida, de estado emocional, nostálgica y esperanzada en que algún hombre, algún día no muy lejano, de nuevo, volvería a colmarla de abrazos sinceros, sin engaños.

Nunca habló de su segundo matrimonio: solo existió grabado en su interior el primero. Era viuda una vez. Adoración al que fue su marido. Sueños vividos, sueños rotos: infarto traicionero que primero dio una oportunidad y luego fue certero. Nada por hacer. Soledad, abismo. No tuvieron hijos. ¿Se necesita que se hagan visibles? 
-Tuvimos tantos en nuestra imaginación -decía. 

Los vientos la zarandearon, le hicieron doblar la cabeza hacia el suelo; no había más, el horizonte se hizo invisible: no existía. La desolación, el duelo no superado, el "no eres vieja y volverás a encontrar"...palabras, palabras y palabras de la gente, que ella apenas escuchaba..

Depresión no diagnosticada a tiempo por algunos tópicos que aún arrastran determinados psiquiatras relacionados con la apariencia física. Tratamiento. Posible remonte de dolor...

Hubo un momento en el que en su mejoría tuvo una alucinación ficticia: encontró a otro hombre. Bailaron al son del dinero que le dejó el primero y en el salón de baile se fraguó una boda: pura farsa, ya que aunque figurara en los papeles, nunca existió para ella. 
El tiempo estuvo a su favor: otro infarto, durante una copiosa cena, la liberó del yugo de alguien que le daba asco: "no puedo dejar que me vea la cara en la cama. Mientras él me toca, yo lloro... Fue una gran equivocación".

Lo borró del mapa de su pensamiento.

- ¡Por favor, ven, no me dejes sola esta noche, estoy mal! -repitió con evidente angustia en la voz.

Fui, me acosté en la habitación que me había asignado y ella se metió en la suya. Al día siguiente, al alba, me levanté procurando no hacer ruido y me fui a trabajar. No hacía falta más. El saber de la presencia de otro ser humano en la casa con flores frescas en un jarrón (casi siempre claveles blancos) y llena de muebles, pero vacía de latidos, la tranquilizaba.

Su llamada se repitió solo un par de veces más. Acudí. 

Pasaron meses. No éramos amigas de salir con asiduidad. Llevábamos rumbos distintos, solo unidos de vez en cuando por el teléfono. Así sabíamos la una de la otra, nada más. 


Luis, un amigo de ambas, que solía salir a cenar con ella y otro grupo de féminas, me llamó para felicitarme las navidades. 
-¿Y Cristina, qué sabes de ella? -pregunté. 
- Pero...¿no te has enterado?  -contestó.
-¿De qué? 
- Cristineta (así la llamaba él), falleció hace tres meses. Se quitó la vida, -dijo.

La sangré se me heló. No podía imaginar lo que me decía. No quería ¿Por qué no me había llamado como en otras ocasiones en uno de sus malos momentos? ¿por qué dejé pasar el tiempo pensado que todo le iría mejor?

Pregunté a Luis si fue con las pastillas que tomaba para dormir, pero su contestación me hizo ver cómo la desesperación puede hacer que cometamos las locuras más absurdas: las dos cajas de pastillas que tenía en la mesita de noche estaban sin tocar. Un vaso, lleno de un líquido corrosivo, del que no voy a decir el nombre, fue el último que se llevó a la boca. Le dio tiempo a salir al rellano a pedir ayuda a la vecina. UCI móvil, sedación, un "¡quiero vivir, quiero vivir, he cometido una tontería!" apenas perceptible fueron sus últimos momentos conscientes. Falleció a los dos días abrasada por las quemaduras internas. El coma que le indujeron, probablemente, le hizo el tránsito más llevadero. No lo sé. Sí sé que, después de ese momento ciego, quería seguir viviendo. 


Me dolió que nadie me dijera nada: "los amigos nos hemos enterado más tarde"  -comentaron. "Solo avisaron a sus familiares cercanos".

Nunca he querido hablar de esto. No me gusta que el blog tenga notas de tristeza. Hoy lo hago, quizá lanzando una llamada al universo para intentar comunicarme con ella: ahí donde te encuentres, en cada hoja de un árbol, en una planta, en cada pino piñonero (a ella le gustaban e íbamos al parque a coger piñones), en definitiva, donde estés, por favor, sigue siendo la protagonista de la canción de Sabina que tanto te gustaba: "Y nos dieron las dos..."




Nunca supe el porqué de cómo te quedabas absorta escuchándola. Ese es otro de los secretos que te has llevado. Detrás de la dulzura de tu voz, había demasiadas llagas...

Ya ves...por aquí seguimos, intentando que otras personas no hagan lo que tú hiciste; escuchando problemas, enjugando lágrimas y, por qué no decirlo, también secándonoslas cuando los ojos se empeñan en gritar las penas,  porque, sabes, lo sabes bien, Cristina: la vida es hermosa, a pesar de todo y merece la pena vivirla. Tú lo dijiste. Para mí, sigues viva.






Gloria Mateo Grima