Le llamó
y el silencio se carcajeó
de esa fiebre sedienta.
Su piel deshidratada
pidió a gritos al cielo un poco de esperanza.
Y le volvió a llamar,
desnuda de virtud, a la intemperie el alma,
cansada de luchar tantas horas ya ancianas.
Esta vez
el silencio le gritó furioso,
impotente y con rabia:
impotente y con rabia:
¡Vive!: ¡él se fue de mudanza!
Gloria Mateo Grima