No pudieron, porque no les dejé
que pasaran al fondo del pasillo
y en la puerta acosaban
día tras otro.
Entre aquellos muros,
mis manos intentaban desentumecerse
y recuperar la agilidad,
aunque la humedad se empeñaba en agarrotarlas.
Los guardianes no desfallecían
y esperaban con las esposas listas
para cuando saliera a respirar
el color de la luz.
El morbo es comida de estúpidos.
Gloria Mateo Grima