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Gloria Mateo Grima





domingo, 4 de abril de 2010

Era mi padre



“Tenía unos grandes ojos negros y unas pestañas muy largas. Era el más guapo de todos los hermanos”. Así me describía a mi padre, el otro día, una prima, a la que su madre, mi tía y hermana de él, le había contado cómo era.

Veinticinco años. Una caída de la máquina del tren que conducía le golpeó con un derrame interno en las entrañas: las de su propia vida. No le quedó tiempo apenas de ser el maquinista de su recorrido. Latió poco su juventud. No tuvo tregua. No se le indultó. Y se fue hacia la nada con nada de equipaje. Sólo un lugar en una esquina de una pared de un cementerio, que se divisa desde las afueras del pueblo, contendrá o no aún sus restos. El tiempo es inclemente. Las mentes de muchos, más.

No lo conocí. No supe nunca lo que significa tener un padre, pero sí supe de su falta. El cariño, la comunicación y la disciplina, pilares básicos para que un hijo no pierda su Norte, me fueron donados por mis tíos. No me puedo quejar, fui privilegiada. Pero a él no lo vi, ni siquiera en foto. Luego, sólo una y de perfil, me mostró cómo era físicamente. Se aferraba a una barandilla, quizá previendo lo efímero de su futuro. No hubo fuerza que lo contuviera aquí. Es lo único que tengo, junto a su cartilla del servicio militar, una carta y una postal escritas de su puño y letra a alguien. Todas están viejas y el paso de los años han dejado su huella amarillenta. Aún así, trato de buscarle un parecido con mi hijo. Es lo que hace la ilusión…

A su nieto le he contado lo que sé. No es mucho. No lo invento. No le digo que era bueno, déspota, autoritario o cariñoso, porque no lo sé. Sería engañarle. Pero, al menos, su recuerdo no morirá conmigo.

Estos días he leído su partida de defunción: un 28 de Septiembre. No lo sabía. Nunca me lo dijeron. Quizá quisieron dejarlo en el olvido por el propio dolor que podría evocar. Pero ha ocurrido. Justo cuando se está a punto de cumplir eso que llaman aniversario de un fallecimiento. Me he quedado un buen rato pensando, acariciando el papel doblado en cuatro, en cómo la vida puede matar viviendo de un zarpazo, en lugar de permitir esa cadencia en la decadencia.

Es difícil sentir algo hacia alguien a quien no has conocido. Pero es más difícil aún si nadie te ha contado mucho sobre cómo fue, cómo pensaba, cómo quería…Sin embargo, sé que fue, que existió y la vida lo mató viviendo la energía de la juventud. Me hubiera gustado tanto el haberme podido agarrar de niña a su pantalón, y haber pronunciado la palabra “papá”…

Se idealiza lo que no se tiene. Se sueña con aquello que se quiere alcanzar. Por eso nunca he querido soñar demasiado, ni con las cosas ni con las personas. Un instante, un momento: es lo único que hay, es lo que tengo.

Suena a lo lejos un tren. Se divisa lo que creo que es la máquina, porque va al principio y casi no se diferencia del resto. Ya no tiene el color del azabache. No se ve al maquinista por la velocidad de vértigo que alcanza. No da tiempo de levantar la mano para despedirse de nadie. Pasa como un suspiro. Pero lo imagino…lo imagino a él y siempre lo despido. Aunque nunca haya venido a la estación donde yo lo esperaba.

“Tenía unos grandes ojos negros y unas pestañas muy largas. Era el más guapo de todos los hermanos”. Era mi padre.

G.M.G.