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Gloria Mateo Grima





domingo, 4 de mayo de 2014

Y se marchó...(¡Hasta siempre, M.!)


Delgado, con la piel casi transparente y las venas marcadas. La mirada perdida en el infinito. Volaba mentalmente, quizá metiéndose en las alas de algún pajarillo que viera desde el patio. Parco en palabras, solo las justas, pero concreto.

Aceptaba ir a terapia de grupo; estaba sin estar. Sabía que ningún psicólogo le aportaría nada nuevo que no supiera. No participaba apenas en los diálogos con los compañeros; tampoco los evitaba. Vestido de soledad, solo cubierto por su carpeta compañera. Allí guardaba lo poco que tenía. Nada más.

No sé cuantos años llevaba en la cárcel. Demasiados -me dijo. Toda una vida entrando y saliendo a respirar por un tiempo un aire para él tóxico. Permisos que aprovechaba para volver a delinquir. Atracaba otro banco y conseguía su botín: la droga. Ése era su único objetivo: alejarse por unos momentos de un mundo hostil en el que no encajaba o no sabía hacerlo. 

Así una vez y otra...

Nunca un asesinato, nunca un herido, pero la vida pasaba y el joven primario se convirtió en un adulto despersonalizado. 

Recorrió varios centros penitenciarios; aprendió yoga, relajación, idiomas; desaprendió lo que era la afectividad, se desprendió de un abrazo o un signo de afecto. Aquí no hay amigos -decía. Solo le quedaba el cariño su madre, curtida de arrugas por los años y el sufrimiento, que ya estaba impedida para visitarlo. Quizá había hecho muchos itinerarios de viacrucis.


Lo conocí en el centro penitenciario de Zuera; estaba el el módulo al que se asigna a los reclusos más peligros, si no tenemos en cuenta el de aislamiento, claro. Allí vino a terapia. Cuando lo llevaba individualmente, fuera del grupo, me di cuenta de que no había nada que lo motivara. Todo le daba igual.

Lo volví a ver en otro centro, el de Daroca, cuando fui a dar una conferencia a la que asistió. Vino a saludarme. Más delgado, más preso de sus enfermedades y de su vacio. Me extrañó su presencia allí; me dijo que había pedido que lo trasladaran porque era una cárcel más pequeña y familiar. 

Hablamos...

- Sabe, Gloria,  me van a dar unos días de permiso y tengo miedo a salir.
-¿Por qué? -pregunté.
- Porque a pesar de que ahora no me drogo, si vuelvo a pasar por delante de algún banco, mi impulso me jugará una mala pasada y volveré a atracar. Es una atracción fatal que me llevará a repetir;  es como un imán que me reclama y me puede. Además, pronto me darán la libertad definitiva y...¿a dónde voy yo? Tengo cincuenta y tantos años; toda mi vida en el trullo; no tengo salud, no tengo oficio. ¿Quién soy? -dijo. No me reconozco, no me siento, no existo.
- Te queda mucho todavía por vivir  -comenté.Tienes a tu madre que, aunque mayor, tal vez puedas alegrarle los últimos años. Puedes ayudar a otros para que no cometan tus mismos errores...¡Pégale una patada al miedo y adelante! -exclamé.
- No contestó. Se limitó a sonreír levemente. Nos despedimos, quedando en que quizá nos volviéramos a ver.

Poco tiempo después, me comunicaron que en aquel permiso, al que él tanto temía, se quitó la vida. 

No atracó ningún banco. No pudo consigo mismo. No quiso hacer más daño y se marchó...





A veces pienso en la cantidad de reclusos que he conocido que han entrado a cumplir condena por atracos con el único objetivo de tener dinero para drogarse.  Reflexiono sobre las opiniones de la gente cuando habla de que se drogan porque quieren. No, la droga no es la causa, es el síntoma de algo que falla en nuestro interior. Quizá nos puede la propia vida y no tenemos habilidades para enfrentarnos a ella.

Hay tantos que, dejando su salud en el camino, han llenado los bolsillos a otros sin escrúpulos.





Gloria Mateo Grima