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Gloria Mateo Grima





jueves, 20 de noviembre de 2014

Investigación sobre el Tipo de apego recibido en la infancia e incidencia de los roles de género relacionados con la violencia a la pareja Gloria Mateo Grima -






Lo que a continuación expongo es solamente uno de los ejemplos de los casos de internos condenados por Violencia de Género. Hay diferentes vivencias. 
La investigación completa, registrada en la Propiedad intelectual, a la que alude el título, la podéis encontrar completa en www.zaragoza-ciudad.com/gloriamateo   Por supuesto, no hay nombres que identifiquen a nadie.



-Cuando era niño e iba al colegio, a mis compañeros recogían sus padres a la salida y les llevaban un bocadillo para merendar. Sin embargo, nunca venía nadie a buscarme a mí y tenía que regresar solo a casa. A veces, y sin saber por qué, me embargaba un sentimiento de tristeza que me quitaba de encima rápidamente pegando una patada en el suelo. ¡Después de todo, yo era mucho más independiente! ¡No necesitaba a nadie y me sabía defender por mí mismo! ¡Los otros iban a ser siempre unos niños protegidos!
¡Me sentía mucho más valiente que todos ellos!

(Mordió las frases finales y los músculos de su cara se
endurecieron).

-Mi madre falleció cuando yo era muy niño y apenas la recuerdo. Ni siquiera su voz. Siempre estaba enferma y casi no nos atendía.
Apenas salía de su habitación y no podíamos molestarla. Comentan que si tal vez se quitó la vida… Da igual. No lo supe ni lo he querido saber. No me interesa.
Nuestro padre nunca nos dio una muestra de cariño ni a mis
hermanos ni a mí. Éramos varios, chicos y chicas. Pasaba
totalmente de nosotros. Él, a raíz del fallecimiento de mi madre…o quizá antes…no lo sé…comenzó a beber y sólo lo recuerdo borracho. Eso sí, era muy trabajador: del trabajo a casa y de casa al bar. Mi hermana mayor se ocupaba de todo lo concerniente a las tareas domésticas ¡Supongo que no le quedó otro remedio!
A veces, cuando me encontraba jugando en la calle y mi padre aparecía de improviso, se acercaba de malas maneras a pegarme.
No tenía ningún motivo. Yo no había hecho nada. Simplemente lo hacía por lo primero que se le ocurría aquel día. No importaba que no tuviera razón. Pero siempre pasaba cuando iba bebido. Y es que… bueno…lo he visto tan pocas veces en un estado normal, incluso antes de que falleciera mi madre, que si no hubiera sido así lo hubiera considerado como algo muy raro y no propio de él.
Un día, delante de todo el mundo, me dijo: ¡cuando vuelva a casa ya me las arreglaré contigo! ¡Burro, que eres un burro y no vales ni valdrás nunca para nada! A la vez que gritaba diciéndomelo, me pegaba patadas, cogiéndome por las orejas y tirando de ellas hasta enrojecérmelas.
Mis amigos y los vecinos que estaban en esos momentos delante me miraban como con lástima. Yo me sentía muy mal. Ocurrió varias veces, no solo una. 
Pero claro, tal vez él se comportaba así porque estaría amargado por la muerte de mi madre y la carga de los hijos que le quedó…

-¿Te dedicó tu padre en algún momento que recuerdes una sonrisa,
alguna muestra de ternura, aunque fuera cuando él estaba bebido?

-¡Nunca, nunca ocurrió!, contestó. Además… a mi casa no vino nadie de fuera. No teníamos visitas. Mi padre no tenía amigos y si él estaba, la mayoría de las veces se tumbaba a dormir la mona.
¡En aquella casa, que yo recuerde, entró muy poca gente!
Hablaba con signos de rabia muy evidentes en el rostro que se preocupa en contener, tratando de expresarse con un tono normalizado y correcto y sin perder la compostura.

En el relato de su historia se puede observar cómo este interno durante su infancia no solamente tuvo carencias afectivas, tanto por la enfermedad de su madre, de la que apenas guardaba ningún tipo de recuerdo, como por los malos tratos recibidos por parte de su padre, la mayoría de las veces teniendo espectadores ajenos al núcleo familiar.

Desde el fallecimiento de su progenitora, la figura paterna estuvo sin estar. Aunque físicamente figuraba, apenas dirigió la palabra a sus hijos. Era una como un espectro distante que daba a entender
un “no existís para mí”.
Sin embargo, lo que más parece que se le grabó en su memoria y lo ha acompañado durante toda su vida ha sido la frase que le dirigió su padre delante de todo el mundo, cuando él estaba jugando en la calle:

-¡Eres un burro y nunca servirás para nada!

Llevaba “marcadas a fuego” la humillación, la vergüenza y el
pronóstico de que no haría nada en la vida digno de valía. Así creció, sintiéndose muy poca cosa, que trató siempre de disimular con una prepotencia desmedida en sus relaciones con los demás.

Me confesó que jamás había comentado con nadie del tema
porque, decía, que a quién se lo iba a decir y para qué.

Posiblemente no le entenderían o pensarían que hablaba así de su padre porque era un mal hijo. Añadió que la gente siempre ha pensado que a los padres hay que quererlos y respetarlos por obligación hagan lo que hagan con los hijos. Ni siquiera se lo comentó a su pareja. Se negó siempre a hacerla partícipe de lo relativo a su vida interior.

Pero, a pesar de que no quería recordar su niñez tan desagradable, hoy, desde su postura de adulto, sigue comprendiendo y justificando la actitud de su padre:

-Ha llevado una vida muy dura. En cierto modo lo comprendo. Mi madre le hizo una faena muriéndose. Un hombre que se queda solo, al fallecer su mujer , se tiene que hacer cargo de los hijos para sacarlos adelante. Tiene que ser muy difícil.

En este caso, el interno no reconoció nunca su responsabilidad en la violencia hacia su pareja y además la justificó, desplazando y proyectando la culpa hacia ella:

-¡Se merecía que la tratara mal! ¡Era una hija de la gran puta y se juntó conmigo sólo por interés! ¡Nunca consentiré que me manipulen y menos ninguna mujer! ¡Ya me he encargado de hacerle saber que cuando salga de prisión me las va a pagar!
¡Que no se piense que con esto se acaba todo! ¡Que se vaya preparando…! ¡No me importa que la orden de alejamiento todavía no haya finalizado! ¡Iré a darle su merecido! ¡Ya lo creo que se lo daré! ¡Se lo ha ganado! ¡Me da lo mismo que tenga que entrar de nuevo en la cárcel! ¡Lo haré a gusto! ¡Por lo menos, si eso ocurre,será porque me he vengado!
¡Ahora los jueces siempre meten en chirona al hombre! ¡La justicia es un asco! ¡No cuenta qué nos hacen ellas a nosotros! ¡No, eso no se ve! ¡Nadie dice nada de cómo nos martirizan con sus palabras!

Mientras vertía todas esas exclamaciones con un tono de voz muy elevado, apretaba los puños con rabia.

Luego, suavizando sus facciones, dijo que reconocía que
necesitaba a alguien a su lado, al menos para satisfacer sus deseos delante de sus amistades, ya que todos los amigos tenían una mujer y él no iba a ser menos hombre que ellos.

Como se puede apreciar, esta persona no mostró ningún rastro de arrepentimiento. Sólo ira, acompañada de un deseo exacerbado de venganza. El que pudiera entrar de nuevo en prisión, después de su supuesta venganza, no iba a resultar penoso cuando hubiera conseguido tomarse la justicia por su mano. Así me lo dijo.



Gloria Mateo Grima